La alegría


Carmen
Mi amigo Adolfo Rufo, que se merecía mucho este homenaje, era un hombre muy positivo y muy activo y responsable, pero nunca se le veía triste y amargado pese a haber tenido una vida dura. Ayudaba a trabajar en el campo, llevaba el almuerzo a su papi y, cuando se quedó huérfano de mami, su hermana y él hubieron de currar fuerte aviando y sosteniendo la casa de un padre señorito y gruñón, que nunca estaba a gusto y quería todo en un tris, siendo aún ellos muy críos.
Le conocí en Alcuéscar con silla aparatosa de manivela y 3 ruedas. Tenía pelo blanco y rizado, me recordaba bastante a mi padre. Sabía muchos refranes y chistes y adivinanzas: “En tu puerta me jiñé porque me vino la gana, y ahí te dejo un clavel pa que lo huelas mañana”, “A un toma, todo el mundo asoma”, “Abre ese cobertor, niña, no me seas escrupulosa, que te vengo a visitar y llevo tiesa la cosa”(él decía la jeringa).
A los 17 años quedó super inmóvil por un extraño virus similar a la polio, hasta que le operó un galeno por beneficencia y acertó a vestirse solo por medio de una cuerdilla.
Siempre decía “¡joder quisiera! o ¡joder, eso después, más tarde!” Cuando veía a alguien con dolor llorando decía “si en mi mano estuviera…” Hay que ver lo que uno puede pillar de la gente no estudiada y sencilla. Discutió hasta casi las manos con el magíster del pueblo por una cuenta: el maestro decía que estaba mal y él que estaba bien. Nunca fue estudioso, pero cosía muy bien.
Una enfermera se encaprichó de él, pero la dejó por no poder atender los posibles niños: le dijo que era por su bien y ella se hizo monja. Siempre ayudaba a la gente. Por ejemplo, a Margarita le daba la cocacola, le hacía recados… Cantaba muy bien coplas flamencas. En Alcuéscar me buscó un asistente para sacarme a pasear sin malos instintos. Me decía que los cojos teníamos que aprender a valorarnos y ser dignos. Ligó con una moza sin manos ni pies que pintaba con la boca, y se llevaban muy bien, como uña y carne, eran complementarios (¡qué solita estará ahora Pilar!).
Al despedirnos, yo me venía para Madrid, le regalé una medalla con cruz de plata y lloró como un niño pequeño.
Adiós, Adolfo. A tu lado nadie podía estar triste.
Enseñó a leer a su sobrino pequeño y sólo una vez le dejó sin salir para que aprendiera y obedeciera. No le dejaron a su aire como hicieron conmigo. Y decía que teníamos que aprender a tenernos respeto a nosotros mismos, pese a la cojera.

1 comentario:

Anónimo dijo...

HOLA adredistas me pase la mañana intentado felicitar a nuestro colaborador de radio RUBEN bernejo por su "anillamiento usese boda tienes un casadero de lujo aunque lo habria hecho x lo civil mas facil y menos lío recuerdos de Cesar
Carmen Soria