Los tres pillastres


Fonso
Los recuerdos me llevan donde no pueden hacerlo mis piernas.
Los más felices de mi vida se relacionan con los años de la infancia, mis hermanos, y alrededor de la Navidad, cuando la ataxia aún me andaba rondando y el alcohol no se había apoderado todavía de la conciencia de mi padre.
Solíamos ir los tres de casa en casa, pidiendo el aguinaldo. Y casi siempre nos daban unas rosquillas, alguna fruta, y muy pocas veces algo de calderilla, que luego nos repartíamos a partes iguales.
Algunas veces nos salía una vieja con muy mal humor, diciendo que no estaba para músicas y que fuéramos a darles la lata a nuestros padres. Nosotros la llamábamos vieja pelleja, y cuando la pobre señora nos quería sacudir con su escoba, salíamos corriendo escaleras abajo gritando la misma cantinela: vieja pelleja, vieja pelleja…
Del día de Nochebuena no se me olvida el olor a los guisos de la carne y el pescado que percibíamos al subir las escaleras. Y, sobre todo, cuando nos abrían las puertas de las casas, donde las mujeres andaban muy atareadas preparando la cena. Éramos así de inoportunos a posta y, en esos momentos, nos daban lo que fuera con tal de perdernos de vista, sin esperar siquiera a que le diéramos las gracias con un villancico, que apenas sí lo habíamos ensayado.
Nuestras andanzas no se limitaban a las fiestas navideñas. También se nos podía ver en el campo, matando pájaros con tirachinas o robando fruta en los huertos o buscando caracoles, que luego metíamos en bolsas para irlos vendiendo por las casas o los bares. Y en el buen tiempo, bañándonos en calzoncillos en el río Segura.
Estos recuerdos de mi infancia con mis hermanos son los que me han ayudado a no tirar la toalla ante los peñascos que me fue poniendo la vida delante de mi silla de ruedas, durante el tiempo que me permitieron tenerla…
Sin la silla eléctrica, la vida me va todavía peor, pero eso lo contaré en otro momento.

No hay comentarios: