Cuaderno azul / 15


Carmen
Silvia, todo el día mirando pasar las nubes, nunca estaba atenta, siempre como soñando. Estaba en esa edad difícil, cuando piensas más en lo bueno que está el profe de matemáticas que en sus propuestas de trigonometría. O sería la primavera.
 
Estaba entre las negras mesas del bar Renato, resistiendo mi nefasta afición a las tragaperras, cuando observé que un señor con camisa de cuadros y vaqueros estaba echando mucho, y me piqué. Le rogué que me orientara con la máquina, pero él empezó a flirtear conmigo. Dijo: “No te gastes el dinero en estas cosas, tu poca paga. Yo estoy trabajando y puedo gastar más que tú. Eres muy guapa y debes gozar de la vida y tomarte tu cañita y nada más”. No me lo podía creer y repliqué: “Pero bueno, y tú ¿por qué juegas tanto si lo tienes tan claro? ¿O es que estás enviciado? ¿O es que ganas mucho?” Y me confesó: “Estoy enviciado”.
 
Y el séptimo descansó. Mis domingos son siempre muy aburridos, salvo si me voy algún día por ahí, al circo o a alguna parte.
 
Nuestro comedor a veces es un caos: que unos con sal, que otros sin sal,  y al final todas las comidas salen sosas. “Carmen, que estás en medio”, me grita la camarera. Esto se soluciona llegando siempre tarde, que me estoy acostumbrando. Si hay que esperar para que te pongan un babero, ya me dirás para que te sirvan la comida. Alguien que se pone nervioso termina gritando histérico “¡joder!”. Menos mal que es frecuente y ya no nos asusta a los espásticos. Un comedor sin ruido, en silencio, no pude ser normal.
 
Sería un imposible en mis condiciones de movilidad imaginar el metro que tenemos, no lo podría concebir tan incómodo y con tantas estrechuras… Alguna vez ya he ido en metro, cuando aún podía andar, sujeta de los hombros por mi padre: ¡Qué olor tan apestoso a entre basura y gasolina! ¡Y algún pasajero que había vomitado en el vagón! No me extrañó nada. Qué milagro, te cedieron el asiento y pudiste ponerte a escribir garabatos.
 
¡Qué quieres que te diga! Lo raro en mí sería que un día decidiera levantarme temprano ¡y que lo hiciera! O quizá ordenar mi cuarto, que fue siempre una sucursal del Rastro. Sería muy raro que yo me hiciera una chica ordenada de repente. O que escribiera la historia de mi vida… para qué, si en ella no hay cosas interesantes.

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