Instrucciones para calmar a un capullo


Mercedes
Estoy acostumbrada a vivir con capullos y conozco muchas de sus costumbres. En concreto, en mi familia tenemos uno al que cuidamos con esmero, por la cuenta que nos tiene.
Para que os hagáis una idea de lo que hablo, he de contar que, cuando vivía mi abuela, la madre de mi madre, y durante el mes que se pasaba con nosotros, el capullo le hacía todas las perrerías que se le ocurrían al muy caballero. Por ejemplo, cuando estaba tan tranquila pelando patatas en la cocina con mi madre, llegaba el capullo de visita y le metía la mano en el bolsillo de la bata y le quitaba el monedero.
–Mira, Encarna, lo que he encontrado –decía muy serio.
Y mi abuela, que no era tonta, se ponía de uñas, muy cabreaba.
–Dámelo, que es mío y el monedero no se cae solo.
Las perrerías del capullo no terminaban aquí, pues una tarde de visita es muy larga. Cuando por fin mi abuela se sentaba en el salón a ver la tele, en lo más interesante de la película, le hacía cosquillas para que perdiese el hilo de la noticia o de la peli que estuviese viendo. Mi abuela, que ya conocía el paño, tenía un alfiler para estos casos y se lo clavaba en la mano si el caballero no andaba listo.
Pero tengo que advertir que la táctica del alfiler no es la mejor para calmar a un capullo, y mucho menos escupirle cuando te agarraba de las dos manos para defenderse del alfileretazo.
–¿Qué me vas a hacer ahora? –se reía con las manos de la abuela bien sujetas.
Y era cuando ella le echaba el lapo a los ojos.
Semejantes reacciones no son la mejor arma para defenderse de los capullos, pues la resistencia alimenta sus más bajos instintos.
Lo mismo ocurría con la mujer de un primo de mi padre, una señora muy celosa, que se la llevaban los demonios cuando sorprendía al marido, un poco rijoso, guiñándole el ojo a cualquier mujer de mirada un poco descarada. El capullo, que conocía estas debilidades, informaba a la señora de mil patrañas que solo él podía imaginar.
–¿Sabes dónde estaba ayer tu marido? En el metro de Aluche lo vi, con una rubia despampanante en minifalda y en un plan muy comprometido, y dentro del coche.
Y la señora le tiraba al marido lo primero que encontraba, que solía ser el cuchillo, y no volvía a dirigirle la palabra en un mes. Y, entretanto, el capullo frotándose las manos con la escena.
Pero no paraba aquí la cosa, como decía, pues terminaban poniéndose a ver la tele y, cada vez que salía una tía un poco maciza, le decía al marido:
–Mira, Bernabé, cómo está la tía, para darle un revolcón.
Y la señora María volvía a tirar el cuchillo.
Este tampoco es el mejor método para que un capullo deje de molestar.
Para calmar al capullo hay que tenerle entretenido y, si es posible, darle todos los días de comer cosas afrodisíacas, para animar sus partes más íntimas, en vez de las maldades de su cerebro derecho.
Y hay que tratarle con mucha delicadeza durante todo el día, para que no se cabree y viva relajado. Pero sobre todo, tener mucha paciencia con él cuando por fin se le ocurre hacerte alguna pirula. Ni te das por enterada, no pasa nada. De lo contrario, es que no se puede vivir con él.
Y hay que tener un ojo bien abierto cuando duermes, para que no te eche agua a hurtadillas y te pegue un susto de muerte. Y paciencia, mucha paciencia para que no se dispare su cerebro derecho. Hay que aguantar todo lo que él te haga y nunca enfadarte. Si reaccionas, entonces estás perdida, porque el capullo te machacará sin piedad.
Y ser tiernos, muy tiernos con él, es la única manera de librarte de sus putadas. Él nunca se cansará de hacerlas si observa que no te gustan.
Y lo más importante, no casarte jamás con él, como hizo mi hermana, que es su víctima favorita. Y ya sin remedio.

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