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Se esfuma

Apareció, y se fue. Vuelta a aparecer, desaparición. Se precipitó al montón de hojas en blanco, pero tarde. Insalvable el espacio entre el bolígrafo y la inmensidad desafiante en blanco. La rabia se abría camino, y el gran, extraño y hermoso sueño derivaba en alguna parte de sus pensamientos, pero dónde no podía descubrirlo, y éste o aquel escorzo de su mente obraban como fenómeno recurrente. Se esforzaba mucho en cansarse, en leer quizás en demasía, otorgando preferencia a ciertos mamotretos, muy caros y grandemente afamados, galardonados. Sumergirse en los libros que tiempo atrás pergeñó llegó a antojársele tarea liviana y refrescante, y terminó por conceder lógica y compasión a aquellos sus escritos fracasados. Tan obsesionado como se encontraba por poder recluirse en el paraíso ajeno e indefinido del subconsciente, erraba por la ciudad, parlamentaba a solas con todos y para sí mismo, inútilmente.
Inerme frente al televisor, se dejaba el sujeto aporrear por sucesiones de caprichosos entretenimientos, anhelando que el sopor ganara batalla, le recluyera como prisionero feliz y ausente, para su causa esquiva. En algún lugar aguardaba recelosa la imagen, el sueño. Diferente e inspirador, semejaba al niño que sabe a sus progenitores ansiosos y preocupados, al tiempo que él espera. Era este un sueño que no sería capaz de llegar tan alto como las expectativas de su pasajero. Tarde o temprano, el escritor creería rescatar este jirón ido y perdido, e intentaría engañarse cambiando el pasado, ese espejo difuso e incoherente que esos extraños viajes silenciosos son. Habría de engañar a sus palabras y a sus frases, tras la mentira triste que a sí mismo se contaba, que no permitía se derramara sobre las hojas blancas.

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