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EL TESORO

Hace un hermoso y soleado día de primavera en el pequeño pueblo castellano. Corre el mes de abril del año de Nuestro Señor de MCCCC y XCII años y el pregonero acaba de pronunciar la última frase: “por orden de sus Majestades”. Isaac Acevedo, con el corazón helado, se dirige a su casa sin dejar de repetir las palabras del horror: “que los judíos y judías de cualquiera edad que residan en nuestros dominios o territorios que partan con sus hijos e hijas, sirvientes y familiares pequeños o grandes de todas las edades al fin de julio de este año”. Entre lágrimas de sangre, convoca a sus hijos y les da cuenta del ominoso edicto y, tras los primeros momentos de desolación, se disponen a preparar la inevitable partida.

–Ni oro, ni plata, ni moneda acuñada, ni armas, ni caballos –dice su hijo Gabriel desolado.

Y todos se miran espantados, sin saber que lo que les espera es aún peor de lo que temen.

Pero, pese a ser robados durante el viaje y perder todas sus pertenencias, consiguen salir de España con un tesoro que ningún rey les puede impedir llevarse: la posibilidad de entenderse con otras personas del mundo usando las hermosas palabras de la lengua que se habla en esta ingrata tierra: paz, tolerancia, solidaridad, amor, comprensión, convivencia, justicia y libertad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Qué relato tan interesante! Me encantó.