Sol de noche
Llega Pedro con sus suecos de madera. Deja el sol de noche apoyado contra la puerta y murmurando su letanía diaria se dirige a la cocina. El clac-clac de los suecos resuena sobre el suelo de tierra dura y se mezcla con sus palabras apagadas. El viejo trajina con los cacharros de la cocina hasta que consigue sumergir unos trozos de verduras en agua y los pone a hervir. Sale nuevamente y poco después vuelve a entrar cargando tres huevos y una jarra, de lata, que salpica leche por culpa de su vaivén al andar. Mientras espera que se cocinen los huevos que puso a hervir, busca en una lata, con sus dedos reumáticos, y encuentra dos o tres pedazos de galleta de campo que coloca en el fondo de un plato hondo. Sigue hablando solo, en cortas y confusas frases que puntea con resoplidos, y de pronto solloza. Sin dejar de servir el caldo de verduras sobre el fondo de galleta, llora unas lágrimas suaves y suspiradas. Siempre llorando sin ruido, desmenuza el huevo cocido sobre la sopa y sirve leche en un vaso. Entonces, cuando todo está listo y colocado sobre una madera, con unos manotazos torpes se seca la cara. Camina haciendo equilibrio para no derramar la comida, hacia el rincón más oscuro del rancho, donde está la cama de madera maciza. El clac- clac de los suecos de madera alerta a la vieja acostada, que se incorpora tanteando el aire. Pedro se sienta en un banco a su lado y la alimenta a cucharadas mientras murmura su cadena de tiernas palabras.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
¡Qué conmovedora historia de amor! Este amor hecho de tantos detalles. Conmovedora historia. Es una de mis preferidas.
Publicar un comentario