233

Ortiga.

Cuando lo conocí, me sentí en la orilla del mar mirando cómo se va metiendo el sol en el agua.
Ernesto siempre me pareció una persona impactante, con personalidad de líder natural. Después, él me llevaba a caminar por la playa al atardecer, para ver cómo se iba metiendo el sol de a poquito en el agua…
Ahora me doy cuenta de que no le gustaba tanto la imagen como el hecho de sentirse sol, metiéndose de a rayos en mí, mar de sus juegos.
¿Te acordás del otro día, cuando veíamos el documental de los abejorros? Bueno, ¿sabés qué pensaba yo? Me acordaba de los días de la primavera, cuando hacíamos pic-nic, y no se podía estar de la cantidad de bichos que te volaban por alrededor.
Siempre nos quejábamos, y aprovechábamos para jugar con las metáforas cuando Germán se ponía pesado… eso me pasaba a mí con Ernesto. El tipo me la hacía imposible, eh. Pero decime: ¿hubiera sido pic-nic del día de la primavera, sin abejorros volando sobre el huevo duro? ¿Qué sería del mar, si el sol no se metiera de a rayos en él?
Había veces en que me iba a pasar el fin de semana a lo de mi vieja, para no llamarlo. Y allá, entre que la ayudaba a hacer la comida, a arreglar las plantas, a bañar al gato… igual siempre en algo Ernesto se hacía presente. No sé cómo, pero así de rebuscado como era, se las rebuscaba para estar ahí, aunque más no fuera en el sol del patio, metiéndose de a rayos en mí.
Como las leyes del universo mismo, viene uno que te da calor al corazón, y después se cree libre de sacártelo cuando quiere.
Ernesto era de esos.
Ya sé que me advertiste mil veces, pero el corazón, como la naturaleza, necesita rayitos de sol que le den calor, sino no hay vida. Y después de todas las que me hizo, porque se la pasaba pinchándome, yo todavía lo sigo regando en esta maceta, mientras el sol se mete de a rayos entre sus espinas.

No hay comentarios: