279

LA NIÑA MÁS FELIZ DEL MUNDO

El fotógrafo acababa de llegar al culmen de su carrera profesional: trabajaba a sus 35 años en la agencia de prensa más prestigiosa del mundo. Todos admiraban su obra y envidiaban su capacidad para comprender el alma de niños, adolescentes, adultos y mayores de todos los rincones del mundo y para penetrar en sus pensamientos más íntimos.

En cuanto vio a aquella niña supo que la fotografía que iba a hacer le haría ganar el Pulitzer: paisaje impresionante de campos infinitos de arroz, bajo un atardecer rojizo, con la muchacha, mirada perdida, en el ángulo superior derecho, mutilada de una pierna y de un brazo a causa de una bomba antipersona. Tras tomar varias instantáneas, no pudo reprimir acercarse y preguntarle si necesitaba algo.

El día que le concedieron el premio destacando el contraste entre la naturaleza exuberante y la profunda tristeza de la niña camboyana, supo que nunca volvería a hacer una fotografía, porque se dio cuenta de la condescendencia con la que el hombre occidental veía al resto del mundo. Recordó una vez más cómo quedó estupefacto al oír la voz clara y límpida de la pequeña: “Tengo una pierna para poder caminar y un brazo para poder escribir. Además tengo ojos para poder disfrutar de este atardecer. Doy gracias por ello. Algunos amigos del orfanato no pueden caminar, ni escribir, ni ver. Yo soy sus piernas, sus brazos y sus ojos. Por eso, soy la niña más feliz del mundo”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ojalá la condescendencia estuviera en un lugar del mapa en concreto, quizá podríamos dejar de pasar por allí y poco a poco olvidarla....

Anónimo dijo...

Ir en busca de lecciones de vida allí donde bombardean nuestros aviones no creo que nos cure de la estupidez y de la crueldad. A lo mejor esos fotógrafos tan premidos lo que nos dan es consuelo o perdón: somos tan majos que hasta nos emociona la resignación de nuestras víctimas.