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EL EXILIADO


Soplando el rocío gris de la mañana
vuelve a bendecir su asiento de cemento.
Su sol le soluciona el diario enigma
de la hora, su ubicación y sus memorias,
mientras el mes de abril de un calendario
le es útil para envolver unas castañas.
Le vende al mundo algo que no concibe,
algo que se le escapa entre el recuerdo:
el tiempo que da un reloj precipitado,
el tiempo en una agenda de negocios,
el tiempo y su cuerda bajo un feo juguete...

Pero su tiempo ya no puede ser tiempo,
en un vivir libre de prisa y de salarios
donde ya todos los juegos se perdieron.
Pero ofrece al mundo algo que no cuesta,
algo que se le derrama por la boca
en un manantial de dientes recién hechos,
algo que se evoca en sus rojizos ojos
frente a una multitud ensimismada
hacia un destino de cristal, papel y humo.

Único en este rincón de indiferencia,
el milagro se produce, crece y canta:
una joven deslumbrada en la distancia
por un rayo de sol al quebrar la plaza
y estallar en la sonrisa del exiliado.

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