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EL NIÑO BRUTO


La primera clase del nuevo profesor de matemáticas, unos garabatos y números nos esperaban en la pizarra. Sin pasarse de listos debíamos resolver las sumas y restas, de equivocarse, la vergüenza era sublime. Todos competíamos por encontrar los resultados. Pero Javier, uno de los nuevos, era el más bruto de los niños. Siempre respondía una barbaridad. El 1+1 siempre era un 3, el 4-2 era un 1 y así. Pasaron los días y cada uno de nosotros comenzamos a inventar formas más ingeniosas para explicarle los problemas matemáticos. Con todo era como hablarle a una pared.

En mi mente no cabía alguien tan necio como él, no le importaba la vergüenza y humillación. Por ello, mi curiosidad fue más allá y un día lo esperé a la salida del colegio.

Javier caminó hasta una plazoleta. Cuando lo vi sentando en un escaño, comprendí que era mi oportunidad. De pronto desde la vereda de enfrente apareció… ¡era el profesor nuevo de matemáticas! Le dio un beso en la frente y se perdieron de la mano. En la distancia igual oí a Javier hablando de la clase. ¡El maldito bruto sabía todo!.

Me sentí engañado. Decidí seguirlos y enfrentarlos. Javier estaba muy nervioso y pálido. El profesor de matemáticas, en cambio, muy pausado me explicó que todo era un invento. La materia que el enseñaba nunca era la preferida. Javier no sentía pena por hacer ese papel, porque para hacerlo bien, debía aprender todo primero y la clase se convertía en un juego. Ese fue el año en que más estudiamos y aprendimos. Aunque nunca me dediqué a los números, con el tiempo me dí cuenta que fue la mejor lección de mi vida. Últimamente y de vez en cuando, práctico el papel del “niño bruto” sólo para averiguar cuan equivocado, certero, engañado o injusto estoy siendo.

FIN

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