Accidentes

Fonso
Cuando vivía en Alicante, la Residencia Sanitaria no quedaba lejos de mi casa. Si no era por un cosa era por otra, visitaba la Residencia más que la iglesia. Las pruebas que me hacían allí me aburrían mucho y procuraba distracción hablando con los demás enfermos. Los que más me llamaban la atención eran los heridos de accidentes de tráfico, una verdadera peste. Había atropellos a diario y todos terminaban allí, en la Residencia, perplejos. Recuerdo especialmente a un chico de unos 20 años, moreno, la nariz aguileña y las orejas muy grandes, con un bigote muy gracioso y el pelo largo de hippy, que tuvo el accidentes no sé dónde, pero que contaba que el coche había quedado para el desguace. Figúrate la ostia, tú, un coche casi nuevo, y siniestro total. Me contaba con cara un poco triste lo que le había sucedido, y que gracias a Dos había podido salvar la vida. Vi que tenía el brazo escayolado y que no andaba. Había muchos enfermos en la planta y tardaba siempre unos días en enterarme bien de cada caso, que si éste está por alguna ataxia, como yo, que si el otro se ha caído, que si lo de aquél es de nacimiento o lo del otro un dolor de cabeza. Los más divertidos eran los accidentes, me impactaban más, una carnicería era aquello. Cuando me enteré de que a este chico hippy le iban a amputar las piernas, ya no me separaba de él. Él me decía que no se lo iba a permitir al traumatólogo y , según me lo contaba, la cara se le entristecía y casi lloraba. Yo le animaba. Pues si no hay más remedio, tendrás que aceptar que te las corten, le decía yo. El chico tenía 20 años, pobre, y contestaba: ¡A ti te dará lo mismo pero a mi no! ¡Es una gran desgracia vivir sin piernas! ¡Ni novia podré echarme ya! ¡Nadie me querrá¡ Yo le miraba desde mi silla de ruedas y sonreía, condescendiente.

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