Dominique

Carmen
Aquella noche en Alcuéscar hacía mucho frío y el aire soplaba incesantemente.
Iba despacio hacia mi módulo, arrastrando mi silla, porque el ascensor, como pasa a menudo, se había roto y había que subir con gran esfuerzo una puta rampa que hacía renegar a cuidadores y residentes.
–¡Ay! La madre que parió al arquitecto –dije por enésima vez.
De no haber construido estas rampas inútiles, el ahorro hubiera sido considerable. Y, además, el disparate se había proyectado en un solar superllano. Para suspender de empleo y sueldo a ese maldito.
Por fin llegué a mi habitación y me puse a ver la tele, ya sin ganas.
Comencé a oír toses. Parecían provenir de la pobriña de Dominique. Tosía sin parar, estaba malita.
Dominique es una chica bajita, de pelo corto, morena. Se ha matriculado de Sociología en la UNED y ya ha sacado el primer curso.
Adolfo, que tiene habitación en la planta baja, también la ha oído y sube hasta la habitación de Dominique por la misma dolorosa rampa que yo acababa de subir.
–¿Qué pasa, Adolfo? –pregunté al entrar en la habitación de mi vecina.
–Nada, que Dominique no para de dar la murga… que la tape, que la destape.
–¿Quieres que te ayude? –pregunté yo.
Y nos quedamos los dos allí, en la alcoba de Dominique.
–Tengo frío. No puedo dormir, pero estoy muy cansada –dijo con voz llorosa Dominique– Tengo mucho frío.
–Pero sí hace un momento tenías calor. ¿Quieres agua?
–Sí.
Adolfo se la dio. Adolfo es un señor mayor, un samaritano que ayuda a todo el que lo necesita. En un sitio como este, una residencia de cojos, las necesidades son lo único que sobra. A Dominique, Adolfo le hace muchos favores. Él fue quien la matriculó en la UNED. A mí, un día de apuro, me ha llegado a traer hasta unas bragas de la lencería del pueblo, que está en una cuesta imposible.
–Tengo frío. No puedo dormir.
Adolfo y yo hacíamos lo que podíamos por consolarla. Su cara rosada y cada vez más febril no prometía nada bueno. Pero no podíamos estar allí toda la noche, también nosotros necesitábamos descansar.
Todavía los dos continuábamos en la habitación de Dominique cuando murió. Menos mal. Así no murió sola.

No hay comentarios: