El sueño de hoy

Peva
Hoy he tenido un sueño de lo más irreal. Y digo irreal porque fue bonito. Todavía lo pienso y no me puedo creer que yo haya soñado algo tan bonito. Iba por un sendero que estaba lleno de cardos. Pensé que me había equivocado de sueño, dado que mi sueño era bonito, e hice por irme, pero no pude. Me resigné a continuar por los cardos adelante, puesto que no había más remedio. Ya se sabe que a veces los comienzos pueden despistarte. Pero no, el bosque se espesaba a cada paso, los cardos persistían y me miraban con cara de pocos amigos. Aquellos cardos parecían tener vida propia. Pude observar, entre las sombras espesas del bosque, que los cardos no me miraban con buenos ojos. Observaba sus ojos a través de los pinchos de su cuerpo y pude leer en ellos que no veían con buen ánimo a los intrusos. Observando esos ojos y todos los órganos de sus cuerpos, pues eran cardos desnudos, comprendí al fin que el bosque para nada era tan terrorífico como al principio del paseo había sospechado. Había entrado allí en paz, aunque algo despistada, en busca de un sueño bonito, y los cardos también lo percibieron así al cabo de un rato, por fin. Y comenzaron a hacerme preguntas sobre la vida fuera del bosque. Yo les hablaba de lo mal que se respira por ahí, por las calles del mundo. –¿Y qué piensa el agua de todo eso? –preguntaban muy preocupados los cardos– ¿Y qué piensa el agua? Lo único que se me ocurrió, ante su insistencia y alarma, fue ponerme a llorar. Los cardos también lloraban.

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