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Fonso
Roberto García, que ahora tendrá 29 años, vivía dos o tres calles más arriba de donde yo vivo, pero hacía mucho que había desaparecido del barrio. Un día que estábamos la basca en el rincón de siempre lo vimos pasar en un mercedes plateado, y acompañado de tres chicas. "Mira a ese cabrón, ligando", me dije con envidia. Y me puse a repasar la cantidad de tontos con cara de pavo que conozco, pero con suerte para ligar. Roberto García no era el menos pavo, por cierto. Lo que yo no sabía aquella tarde era que, en realidad, Roberto es un jodido proxeneta que explota a las chicas que paseaba en el mercedes. López, que lo conoce bien, me lo contó. –Pues sólo falta ya que lo enchironen por chuloputas –comenté a López. Pero al día siguiente volví a verlo. Esta vez estaba con los colegas hablando de coches robados. Yo había visto su mercedes antes de verlo a él, aparcado frente al bareto. Cuando llegué hasta el grupo, me dijo al oído: –¿Quieres echar un polvo? –¿Cuanto me va a costar? –Treinta euros, por ser de la peña, pero el precio de mercado son noventa. –Paso, tío, que no tengo pasta. –¿De verdad? Pues gratis, tío, que me caes bien, ya verás como quieres repetir. Subimos en su mercedes y, después de no pocas vueltas, dio un frenazo en seco ante un portal de lujo, con mucha chulería, y me dijo –Aquí te espera la piba. –¿Vives aquí?, pregunté yo. –Aquí trabajo. Y Roberto me abrió la puerta.

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