Escuchar

Peva
Escuchar es el verbo. Por el oído entra la lengua en nuestro cerebro y escuchando aprendemos a escribir los escritores. No hay como escuchar para escribir. Lo que ocurre es que pasa el tiempo y lo olvidas y cambias la escucha por la cháchara. Y ahí sí que yo tengo un problema. Porque no hay palabra mal dicha, sino mal interpretada. Esto es una gran verdad. Lo tengo comprobado, pues soy dueña de una voz muy original y no siempre bien traducida. ¿Qué ocurre? Que tú dijiste A y quien te escuchaba interpretó Ah, Ah. O sea, interpreta que te ha sorprendido su estupidez, y ya está el lío. Me ocurre con mucha frecuencia, pues mi voz no es precisamente una voz fácil, que se entiende a la primera. Ni siquiera los que me escuchan cada día me traducen sin vacilar. Mi voz es más bien espesa y nada cómoda de descifrar, cae en los tímpanos de mis oyentes como un rompecabezas. Quien me está escuchando tiene que cambiar sus esquemas de escucha y ponerse a trabajar. Para entender lo que digo tendrá que procesar poco a poco mis palabras en su cabeza, porque cuesta un rato entenderlas, de eso estoy segura, les pasa a todos. Primero, tendrá que descomponer mis palabras una por una, para luego reconstruir la frase con el sentido que yo la decía y no con otro. Estoy hablando de mi voz, pero ahora me doy cuenta que también podía estar dibujando el habla de José Luis Roldán. Lo mío no es tan extremo como lo suyo, la verdad, pero hay que poner mucha atención para no perdérselo. O sea, que mi oyente casi tendrá que adivinar lo que digo, que, lo repito, siempre suele ser muy interesante. Hablar conmigo es como hablar con un chino, aproximadamente. Por cierto, a mí un chino me entiende igual que cualquiera otra persona. Debe de ser que mi habla tiene algo de chino y a lo mejor es por eso que no me entendéis bien aquí cundo voy por el metro y así. Pues os digo que el futuro es chino y yo no estoy tan mal colocada. Vais a tener que estudiar más vosotros, y aprender a escuchar.

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