La fuerza de las palabras

Isabel
Una vez era yo una chica alta, rubia, los ojos verdes como una selva y muy delgada. Tenía el pelo muy largo y suave. Mi amante se demoraba acariciando mi melena tan espectacular y decía que allí estaba contenido el cielo y la tierra: en su caída ondulante estaban dibujados todas las olas de todos los mares, y en su brillo de seda, todos los astros y todos los amaneceres... y todos los sueños. Y yo seguía soñando. Pero cuando desperté, mi madre, al ver mi sonrisa complacida y feliz, me dijo:
­–¡Otra vez con tus chorradas! ¡Arregla tu jodida cama y prepara el desayuno de mierda! Nos espera una bonita jornada, dios mediante.
Dejé de ser rubia otra vez y me hice muy pequeña. Y sin novio.

No hay comentarios: