La cajita de lápices

Fonso
(Escrito para Nicolás)
Érase una vez un niño que estaba preparándose para ir a la escuela. Era tan pequeño que no llegaba bien al pupitre, y ponía libros en la sillita para estar un poco más alto. El niño tenía el cabello rubio y los ojitos azules. Como le gustaba mucho pintar, su mamá le regaló para su cumpleaños una caja de lápices de colores.
El niño sacó de la cajita, primero, el color amarillo. Y el lápiz amarillo, con unos mofletes muy amarillos, se puso a decir a los otros lápices de colores que él era el primero porque podía pintar los anillos de oro de los reyes y su corona, y las cadenas de oro de las reinas, y con soberbia se reía de los demás.
Sacó a continuación el color azul, que lloraba de rabia. Lo que pasa contigo, le decía al lápiz amarillo, es que te lo crees mucho, pero yo soy al menos tan valioso como tu, pues yo soy el que pinta los mares y los cielos. ¿Qué sería de este mundo sin mares y cielos? El lápiz azul estaba muy enfadado con el amarillo, que no paraba de reírse.
Y el niño sacó después el lápiz marrón, que dijo sin cortarse: Pues yo también valgo para algo. O, si no, que me diga a mí ese amarillo quién colorea los troncos de los árboles, o las castañas y bellota y, en el otoño, las hojas marchitas que se pudren en el suelo.
Y cuando fue a sacar el lápiz verde, también tenía algo que decir: ¿Qué sería de los campos cuando en primavera se visten de cereal y de hierba fresca para los animales? Nadie más que yo puede pintarlos.
El niño sacó entonces el lápiz rojo, que lo había oído todo, y dijo con su voz un poco ronca, apenas audible: ¿Que pasaría si yo no colorease la sangre o las rosas? Mi color es tan valioso como el tuyo, fanfarrón amarillo. Y pinto incluso los claveles.
Y el lápiz blanco también hablo, al salir de la caja: ¿Quién colorea la Navidad y los picos de las montañas cuando llega el frío en el invierno? Yo.
Pues faltaba el lápiz negro que, cuando el niño lo fue a sacar, gritó todavía: ¿Quién pinta el humo que avisa del fuego o quién pinta las grandes huras de las ratas y los grandes vacíos de la noche? ¿Quién?
El lápiz amarillo, que se lo tenía muy creído, tuvo que reconocer por fin que cada compañero de cajita tenía su importancia. Y el niño, muy sonriente, volvió a meter en la cajita con mucho cuidado sus lápices de colores. Había aprendido mucho con esta primera lección.

No hay comentarios: