Rumanía

Laura y adredista 1
Hace 30 años pude conocer algo de Rumanía. Me gustaba viajar y, sólo por pura curiosidad, decidí ir a ver allí la primavera, pues era la mejor época, aunque sabía que la lluvia te puede sorprender en cualquier momento. Me impresionó mucho un pequeño poblado de casas bajas, casi todas iguales. Procedente de las cumbres nevadas, bajaba un riachuelo de aguas muy limpias que dividía en dos partes casi simétricas el pueblo. Todas las viviendas tenían a uno y otro lado de la puerta de entrada tiestos llenos de capullitos a punto de abrirse. El ayuntamiento destacaba sobre todas las casas por ser el edificio más alto. Su fachada principal terminaba en un pico que encerraba la vieja esfera de un reloj muy grande. Por la sencillez de las personas y las casas, la imagen de este pueblo se me quedó fijamente grabada en la memoria. Viví aquella experiencia gracias a la paga de fin de carrera, que completé con algunos ahorrillos celosamente guardados.
Todos estos recuerdos se habían difuminado de mi mente. Pero Laura apareció en mi vida. Laura es mi asistente personal, que me acompaña en los paseos de la tarde. Ella es rumana, ya lo he dicho otras veces, pero hoy es necesario repetirlo, pues al acompañarme en el paseo con mi silla eléctrica me habla de su infancia en su país. Y eso ha provocado en mí el reencuentro con aquel hermoso pueblo de Rumanía, pintado todavía en algún lugar de mi cerebro.

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