Un niño cariñoso

Isa y adredistas C y 6
Un niño cariñoso y dulce tenía quince meses, era rubio de pelo y tenía ojos verdes y su piel blanca como un lechón. Ya hablaba, pero poco. Olía a colonia de niño pequeño, dulce y fresca como una catarata de muchos aromas y fragancias. Le compré una chaqueta de color azul claro y bolsillos blancos y botones del mismo color para dos años de edad, y patucos con una tira que atas a unos botones y un ojal.
El niño es muy revoltoso y travieso, pero es un niño cariñoso y dulce como la miel espesa de color anaranjada. Yo que tenía veintitrés años, ya no le daba la teta, pero le daba el biberón y el chupete. Chupaba el chupete con una gran fuerza y vitalidad como si hubiese estallado un volcán con mucha lava y mucha ceniza caliente de color gris, como el polvo de cemento que hay en las carreteras, con el que te puedes resbalar y matarte contra un niñatocoche que se cruce en el medio. Volvamos a nuestro tema: el niño cariñoso y fugazmente feliz y arrogante como niño que es, miraba las estrellas con máxima pasión y fantasía. Y veía las estrellas fugaces que pasan de dos en dos. El niño cariñoso se llama Luis y llora de alegría por ver estrellas fugaces y alguno pensaría que lo que ha visto no se le olvidará jamás. Y digo yo: con lo pequeño que es ¿cómo se va a acordar? crecerá y crecerá y no se acordará de esto. De tanto mirar a las estrellas se aficionó a la geografía y astronomía y llegó a ser un gran meteorólogo sólo para poder seguir contemplando el cielo, aunque nunca recuperó la mirada de sus quince meses… sería porque me oyó mascullándole a los olvidos.

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