Unos primos

Isa
Érase una vez un búho llamado Albano. Este búho era bueno, pero tenía un primo que se llamaba Basilio y era malísimo. Basilio era tan malo que hasta tenía dientes y colmillos (cosa muy rara en un búho, que tuviera dientes y colmillos, pero peores cosas se han visto). Con los colmillos, Basilio mordía a cualquiera que se cruzase en su camino, o sea, en su vuelo, hombre o mujer, chupando su sangre hasta dejarles descoloridos completamente.
Un día, a Albano, al búho bueno, se le ocurrió ponerle una trampa al primo Basilio. Le daba vergüenza tener un primo así y, como sabía en qué frigorífico guardaba Basilio la sangre que chupaba por ahí, los excedentes, cogió los frascos, tiró todo su contenido por el váter y los rellenó de zumo de tomate, un alimento que ponía enfermo al primo. Basilio se tomó un trago de aquella pócima un día y comenzó a dolerle el estómago de una manera tremenda. Pero no se paró ahí la cosa, hubo efectos secundarios: todos los muertos que había matado comenzaron a resucitar dentro de sus venas y lo desgarraban y se llevaron todos sus dientes e incluso un ojo y una parte muy considerable del otro. Más de medio tuerto y con un solo colmillo –sus víctimas se lo habían dejado de recuerdo– a Basilio se le quitaron las ganas de hacer el vampiro y, furioso, se quitó la capa roja y negra y la tiró a la chimenea, donde ardió chisporroteando.
Pero Basilio es un hortera en cuerpo y alma a pesar de todo y comenzó a salir con gafas negras a volar y a vestirse como un rockero, un verdadero payaso, y mascaba chicle y los globos le manchaban el pico, un asco. Hasta se cambió de nombre para ser bueno y ahora se hace llamar el Chirri y ayuda a los niños y a las viejas a atravesar la calle, un tipo verdaderamente ridículo.

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