Y todo me sale mal

Conchi
Desde el día que nací, todo me sale mal. Les tocó a mis padres la lotería, porque vine al mundo de cuatro meses y con parálisis cerebral. Mi madre se había caído rodando por las escaleras del metro, y se multiplicaron mis problemas porque no me atendieron al nacer y me dejaron para que me muriera a la luz de un foco. A los tres años me operaron de abductores. Pues se abrieron demasiado mis piernas y yo no pude ponerme más de pies ni dar un paso, y eso que antes subía las escaleras hasta un tercer piso... Dijo a mi madre el traumatólogo de la Paz: “El que se lo haya roto, que se lo componga”. A los ocho años me operaron de las rodillas para que no las encogiera tanto, que las tenía dobladas. Me sacaron los tendones de arriba y me los pusieron abajo y desde entonces tengo las piernas tiesas. Últimamente me han operado de una hernia umbilical, que por cierto, me han quitado el ombligo y mi madre se llevó un disgusto, y el cirujano me puso una malla metálica debajo de la piel y por eso tengo que llevar faja. Y la última intervención que me quedaba por hacer era el esófago, que lo tenía quemado por mi propio ácido del estómago y devolvía sangre. Esta operación era más complicada porque me tenían que unir el esófago parte y parte, ya que no podía tragar porque lo tenía quemado y pesaba treinta y tres kilos... Fue operarme y me puse en sesenta, ahora peso 59,5. Para remate, este año pasado he tenido una neumonía extracardíaca que me ha afectado al corazón, y por eso me tengo que echar tantos inhaladores, cuatro veces al día, de ventolín y cereben y pulmicort y atrovent, y siempre estoy asfixiada, como si me faltara el aire. Si no me los echo, mi salud se perjudica mucho. Pero la enfermera insiste: “¿Ves cómo no eres responsable y no te cuidas la salud? Si lo sabré yo, qué es peor para mí, que me entra la bronquitis y la neumonía y me mandan al Severo Ochoa. Y ahí no quiero ir yo, que no estoy nada bien allí, que por algo le llamarán el “si lo sé no vengo”.

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