Sentada del 12 de febrero de 2009

ASISTENCIA PERSONAL
José Luis
Llevo unos días pasándolo bastante mal. Mi molestia va primero con mi familia y después conmigo mismo. Todo empezó con las preguntas de un amigo. Me preguntó si salía de la residencia cada semana, como salía hace años. Yo le dije que no, que hacía tiempo que no salía con regularidad porque no tenía dinero para pagar un asistente. Nuevamente me preguntó por qué no se lo decía a mis hermanos o a mi madre. Me pareció una buena idea y de inmediato llamé a mi hermano, el mayor, y le pregunté si podría venir a verme. Cuando vino y me preguntó qué quería, le dije que estaba pensando otra vez en una persona para que me ayudara con mi silla de ruedas y poder salir a pasear cuando menos una vez por semana, tal como lo hacía antes. Me respondió que yo tenía una familia que se preocupaba por mí. A mí me disgustó su respuesta porque él sabe como lo paso yo en la residencia, lo solo que estoy. También me dijo que estamos en un momento difícil, y se fue. El sábado siguiente me llamó mi madre. Yo no quería ponerme porque tenía miedo de que subiera el tono de la pelea. Aún así, el camarero me llevó al teléfono y mi madre me preguntó qué me pasaba. Le respondí que ella ya sabía todo. Y entonces se puso mi hermano el pequeño al teléfono y me dijo que mi madre estaba enferma y que no se merecía eso. Me prometió que vendrían a verme. Pero pasó este fin de semana y sigo sin noticias de casa. Lo que yo me pregunto es si no tengo derecho a disponer de un poco de dinero como cualquier persona. Ellos y todos siempre me dicen que soy una persona normal, pero lo dicen cuando les conviene. Incluso mis propias ideas políticas tengo que ocultarlas si no quiero que me lo echen en cara en casa. La verdad, lo paso muy mal. No sé como va a terminar este pleito, no sé como voy a conseguir que algún asistente me saque de paseo un poco.



EL AVARO
Carmen
Sé de un señor mayor que una vez le tocó un premio fuerte de lotería, más allá de los 8 millones de euros. Invirtió su nueva fortuna en Bolsa y cogió la costumbre de visitar cada día los bancos para ver de mejorar posiciones, según la marcha de las cotizaciones. Controlaba sus inversiones con una aplicación enorme y en poco tiempo dobló lo conseguido con el premio. Pero quería más. Era capaz, viejo como estaba, hasta de agacharse a mirar en las basuras por si encontraba algo útil para su miserable casa. El dinero se tiene para tener más, pensaba, no para disfrutar de él como un manirroto. Nunca prestó dinero ni a sus hijos, que desconocían su suerte. Compraba siempre de lo más barato, lo mismo ropa que comida. Nadie podía decir que aquel anciano era rico, salvo su banquero, y un africano al que pagaba una miseria por hacerle compañía las veinticuatro horas del día. ¿Por qué no contratas una mujer, que son más apañadas?, le sugería la nuera. ¡Mujeres! Lo que yo necesito es compañía. No podía confesar que tenía miedo, incluso de sus hijos. Era un miedo cada vez mayor a todo, a los ladrones, a los hijos, a los vecinos, a todo. Aquel africano fornido y analfabeta –eso creía el viejo, pues hablaba poco y nunca lo hacía en castellano delante de él– le defendía. Lo acompañaba incluso en sus excursiones con el IMSERSO, muy a su pesar, pues tenía que pagarle su parte. Pero el miedo era superior a su avaricia. Eso sí, lo hacía pasar hambre. pobre asistente y guardaespaldas y caballero de compañía y mayordomo y cocinero y recadero y felpudo, todo menos amo de llaves, había desistido de pedir aumento de sueldo. Pronto se convenció de que, con aquel viejo rácano que rebuscaba en las basuras, el esfuerzo era inútil. Sin embargo, pronto la fortuna del viejo estuvo a su alcance. Le instaló en la casa, como que no quiere la cosa, un ordenador encontrado en la basura. Y como quien no quiere la cosa, el viejo aprendía a manejar sus inversiones por internet. Aquel chico era analfabeta y apenas decía nada, pero a su lado el cacharro funcionaba. Era un ordenador bien raro, le gustaba el negro, eso debía de ser. Y el viejo se manejaba cada vez con más avaricia, ahora sí que tenía a su alcance todas las cotizaciones. Lo que no se explica todavía el viejo es cómo, de pronto, de ir bien, todo pasó a ir mal. No sospechó de su criado hasta el día que, arruinado el amo y con más miedo que nunca, el africano desapareció. Se acercó al banco y le informaron del desastre de sus inversiones durante los tres últimos días. Todas en Gambia, en una Empresa Nacional de Maderas que ni siquiera existía. Esto huele a estafa, le sugirió el banquero. Y le preguntó al viejo por su sempiterno acompañante. Precisamente, contestó el viejo. Pero no dijo más. Hay casos cuya conclusión cae por su peso.



RECUERDOS
MaryMar
La muerte no me gusta nada. me gusta más la vida. La muerte me es familiar, sin embargo. Muchos amigos se me han muerto y su ausencia me produce tristeza porque los echo de menos. María me quería mucho y yo a ella también. Nos conocimos en un cafetería por Pirámides e íbamos juntas a bailar a la discoteca. Nunca tuvimos novio, pero conocimos a chicos muy divertidos. María murió de cáncer con veinte años. Su muerte me dejó vacía porque siempre íbamos juntas, me sentía insegura sin ella. Se me han muerto más amigos. Carlos murió porque fumaba mucho. También murió de cáncer. Lo conocí en mi primera residencia. Era dulce, lo traté poco tiempo pero me sacaba a pasear. Si yo me muriera lamentaría dejaros a los compañeros. No me gusta morirme porque vivo bien con vosotros. Yo no pienso en la muerte, para vivir no necesito hacerlo.

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