Sentada del 19 de marzo de 2009

IDENTIDAD
Rosa, que lleva unos días en el Severo Ochoa, y adredista 0
Soy Rosa y no me imagino siendo Margarita. ¿Si me hubiese llamado Margarita, sería otra mujer? Sin duda. Como la luna atraviesa la noche persiguiendo el sol, el sol cruza el cielo cada día preguntando por la luna, todos lo sabemos. Pero la luna y el sol nunca se encuentran en los cuentos. ¿Y qué es más cierto, pues, un cuento o una verdad? Como buena lectora, apuesto por el cuento. Todos los cuentos son mentiras, pero todas las verdades son también mentira. Sólo existe la verdad que nos decimos, porque la palabra no es verdad, la palabra es diálogo y es comunicación. La palabra dicha, la palabra viva, nos acerca, nos junta, nos comunica. La palabra escrita es sólo prosa. La palabra escrita resucita cuando la leemos, entonces se hace poesía y se hace verdad. La palabra escrita no es la realidad, el saber no es la realidad. Nuestra realidad, lo que es nuestro saber y nuestro mundo, la forman las palabras que hablamos, sólo las palabras que decimos. Lo que decimos es lo que nos abarca, allí donde llegan nuestras palabras dichas llegarán también nuestras sillas de ruedas. Por eso que yo soy Rosa y no me puedo imaginar siendo Margarita. Y por eso que tú, mi asistente, eres Andrés y tienes ya unos cuantos años de sobra.



UN NERVIO MUY NERVIOSO
Isa
Un nervio nerviosísimo se le metió en el cuerpo a una mujer que estaba fumando en su habitación. Le entró tal baile de San Vito que se pasaba el día, con una varita de mimbre en la mano, saltito pa’lante y saltito pa’atrás, con las rodillas erguidas. Luego, unos como hilos se le fueron separando de los dedos y caían al suelo. Con los hilos rotos, se le partieron las piernas y cayó al suelo como una de esas marionetas que bailan. Toda ella cayó al suelo como una marioneta. Le cerraron los ojos y, con las manos cruzadas, la metieron en un féretro. Y taparon el ataúd. Todo, menos la cabeza, que la cubría un cristal, viéndose a través de él su rostro sonriente, que parecía un ángel con el pelo tan rubio. Era tan largo su pelo que la cubría el culo, con perdón, siempre había usado un champú para pelos espectaculares como el suyo. Pero aquella alegría no era plan y le terminan poniendo un velo blanco que le tapará su rostro. La gente lloraba de pena y gemía de dolor, suspirando muy hondo. Ah, se me olvidaba, la difunta se llamaba Leo y cuando estaba sana fue muy libertina, le gustaban las fiestas salvajes. A Leo la llevaban seis vecinos a hombros, todos de luto riguroso y con pasos lentos. A Leo le gustaban mucho los perfumes, tanto, que por su cara caían rodando, a veces, lágrimas con olor a esencia de rosas cuando estaba más triste, como ahora, con este velo encima. Cambiemos de tema. Leo soñaba perfectamente que estaba viva y feliz, orgullosa de ser una mujer con mucho talento. Trabajó siempre en una tienda textil con retales de muchos colores, y ganaba mucho dinero, muchos dólares americanos. Y soñaba que corría como una descosida, como una leona feroz. Luego fue que, una como serpiente sigilosa asustó a los hombres que la llevaban, y todos sus porteadores salieron corriendo, cobardes como gallinas. La serpiente desapareció entre la hierba. No os extrañe, era precisamente el nervio nervioso que se había posesionado de Leo. Y Leo, por fin, se recupera ya de la epilepsia y de la catalepsia, una verdadera suerte.



EL MENTIROSO
Conchi
Conozco a Miguel desde niño. Siempre estaba contando mentiras. Un día le pasó algo raro. Le dispararon un tiro de perdigones en el culo, con lo que eso pica. Ocurrió en el monte. Estuvo huyendo de su agresor durante toda la noche, muerto de miedo. Se tropezó con los lobos y tuvo que subirse a una encina porque se lo querían cenar, sangrando como iba. Allí se pasó el resto de la noche y parte del siguiente día, dando patadas a las fieras que conseguían subir a las ramas más bajas, hasta que los lobos se aburrieron y se largaron. Miguel no se lo podía creer, que siguiese vivo después de semejante pesadilla. Bajó con precaución de la encina, tenía los pantalones rasgados. Pero después de casi un día sin comer y habiendo sangrado tanto, estaba medio muerto de hambre y de sed. Se pone a caminar y se le acerca, de pronto, una señora que Miguel no puede imaginar de dónde habrá salir. –Si tienes hambre –le dice- puedes seguirme. Y la señora comienza a bajar hasta el río. Cuando llegan a la orilla, la señora, una treintañona de pelo rubio, con chaquetita verde de algodón y mallas ajustadas a sus espectaculares piernas, comienza a sacar truchas del río, que han picado en anzuelos que previamente dejara sumergidos. La señora hace fuego entre unas peñas, espeta las truchas y las asa lentamente dando vueltas al palo, como sardinas. Miguel se pone ciego. Antes ha bebido mucho agua del río y la señora ha reconocido su culo y sus heridas. El culo de Miguel está para morder, piensa la señora, mientras soplaba sobre las heridas cada vez que le extraía un perdigón con sus pinzas del pelo. A su lado, Miguel ya ha perdido el miedo y está a punto de perder el control. Pero no es necesario, porque es la señora la que se desnuda y comienza a meterle mano. Aquello es una orgía, ya os podéis imaginar. Cuando se cansan, la señora le indica a Miguel el camino de regreso al pueblo, pues estaba perdido. –¿Y tú quién eres?, le pregunta Miguel a la señora. –Yo soy la que te ha follado, y espero que guardes buen recuerdo. Y no dijo más y nada más supo de ella Miguel.
Pero los verdaderos problemas le vinieron a Miguel después, cuando se puso a contarnos esta historia a los amigos. –Esa perdigonada son las señales de una culada entre las zarzas, dijo uno. –Y te has follado a la vaca del tío Ignacio, seguro, tiempo te ha dado durante toda la noche, dijo otro. –Y los lobos, seguro que fuero los perros del jatero, que te han corrido hasta el río por tirarte a la vaca –dijo un tercero. Ya solo faltaba que se lo dijésemos al tío Ignacio para que se repitiese lo de la perdigonada, si es que la primera no había sido mentira, y vuelta a empezar.

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