Sentada del 16 de abril de 2009

TIEMPO I
Peva
El tiempo, nuestro tiempo, el tiempo de cada uno y cada una, no siempre parece tener las mismas horas para todos. A lo largo de mi vida, de la cual no se puede decir que haya sido muy corta, he tenido días la mar de cortos y otros ¡joder¡ que se me han hecho eternos. Que yo sepa, los días siempre han tenido las mismas horas, pero los míos, y digo los míos porque es de los que puedo hablar pues son los que mejor conozco, aunque sea de pasada, son lo mismito que un chicle, pero de marcas diferentes: este se alarga y alarga, que parece infinito como una condena, y el siguiente se acorta nada mas empezar a chupártelo. O sea, que la felicidad y la desgracia, o el aburrimiento, que viene a ser lo mismo, parecen los fabricantes del chicle de los días.
Yo siempre he sido feliz: ja, ni yo misma me lo puedo creer ya. Vamos, que si fuera PINOCHO, ahora mismo me llegaría mi grandísima narizota hasta la pantalla del ordenador. Mi descomunal apéndice me lo taparía todo y me haría derramar lagrimas de impotencia que se colarían por mi teclado como un virus de esos que bloquean la red, que dicen que son muy malos, tanto que hasta te roban tu tiempo precioso, que, si lo miras bien, ya no tienes otra cosa. ¡Pues se acabó eso de repetir esta chorrada de que soy feliz!
Vamos a ver, cuando yo era mucho mas joven que ahora, hace mucho, mucho tiempo, mi vida era muchísimo mas fácil porque mi cuerpo era más ágil, más flexible y, por supuesto, más dinámico. En una palabra, hacia más en menos tiempo. Esto es la juventud, correr y correr. La juventud envolvía todo mi cuerpo con una especie de fuerza que me movilizaba sin dificultad. Sin embargo, ahora todo se me ha puesto un poco mas difícil y, aunque me repito y me repito que es normal que así sea, no deja de ser una gran putada, pero es así, una gran putada. Todavía oigo a mi madre repetir y repetir aquello de ¡Hija, no me da tiempo a nada¡, como si la estuviera viendo. Qué razón tenía, ahora me ocurre a mí lo mismo. Y me he acostumbrado a hacer las cosas más interesantes deprisa y corriendo, sobre todo las más interesantes, como hablar con los amigos, que tanto me atropello en la pronunciación que ya ninguno me entiende. El caso es que la vida se nos acaba por momentos a los que ya no somos jóvenes. Y los momentos, cuando se van, no acostumbran a volver. Por eso que yo agarro la vida por los cuernos y, a ser posible, procuro que el toro no me descabalgue, o desmonte o desloquesea, porque el toro de la vida te puede cornear y pierdes la batalla, o sea, la vida, y entonces sí que te quedas sin tiempo. Después de muerta, ya no hay nada interesante. Esta es la mejor razón, si ya no tienes otra, para aprovechar el tiempo, el instante, el tiempo que tenemos, el ahora mismo, y no dejarlo escapar como agua entre los dedos y tener que repetir lo de mi madre: ¡hija, no me da tiempo a nada¡



EL PUNTO DE VISTA
Conchi
Me daba miedo denunciarle, porque me hubiera pegado una paliza todavía más fuerte. Y cualquier día me hubiera matado. Pensé muchas veces en escapar a casa de mi tío, por ejemplo, para que no me pillase, porque, como no sabe donde vive, allí estaría a salvo con mis hijos. Pero podría verme algún conocido y decírselo y me encontraría y vuelta a empezar. Ya me había dicho que como me vaya me va a matar. Y no sólo a mí, sino a mis hijos. Irene, como sólo tiene 7 meses, todavía no se daba cuenta de las palizas que me pegaba su padre, pero Gerardo tiene 3 años y lloraba cuando oía cómo Paco me pegaba. No lo veía, porque lo encerraba en su habitación con la luz apagada. Pero el niño se ponía a gritar y daba tantos gritos que a veces algún vecino llamaba a la puerta. Entonces Paco dejaba de pegarme y, en cuanto el vecino se iba, volvía a golpearme de nuevo todavía más fuerte, después de tapar con esparadrapo la boca de Gerardo.
Me daba miedo que empezase a pegar también a mis hijos, así que me he adelantado y comencé a cocinar con muchas especias, para que no notase el sabor del matarratas y tal. Al principio Paco se extrañaba, pero saboreaba los platos y decía: "Sabe la comida más sabrosa, muchas gracias, mujercita".
Cada día me siento más fuerte porque Paco ya no me pega, porque no puede, porque cada vez se siente más débil. Primero se fue notando más flojo, hasta que ya no pudo andar ni pudo levantarse de la cama para ir al servicio.
Paco es feliz porque yo le atiendo muy bien. Y yo soy feliz porque le queda poco tiempo de hacernos sufrir.




RUMANÍA
Laura y adredista 1
Hace 30 años pude conocer algo de Rumanía. Me gustaba viajar y, sólo por pura curiosidad, decidí ir a ver allí la primavera, pues era la mejor época, aunque sabía que la lluvia te puede sorprender en cualquier momento. Me impresionó mucho un pequeño poblado de casas bajas, casi todas iguales. Procedente de las cumbres nevadas, bajaba un riachuelo de aguas muy limpias que dividía en dos partes casi simétricas el pueblo. Todas las viviendas tenían a uno y otro lado de la puerta de entrada tiestos llenos de capullitos a punto de abrirse. El ayuntamiento destacaba sobre todas las casas por ser el edificio más alto. Su fachada principal terminaba en un pico que encerraba la vieja esfera de un reloj muy grande. Por la sencillez de las personas y las casas, la imagen de este pueblo se me quedó fijamente grabada en la memoria. Viví aquella experiencia gracias a la paga de fin de carrera, que completé con algunos ahorrillos celosamente guardados.
Todos estos recuerdos se habían difuminado de mi mente. Pero Laura apareció en mi vida. Laura es mi asistente personal, que me acompaña en los paseos de la tarde. Ella es rumana, ya lo he dicho otras veces, pero hoy es necesario repetirlo, pues al acompañarme en el paseo con mi silla eléctrica me habla de su infancia en su país. Y eso ha provocado en mí el reencuentro con aquel hermoso pueblo de Rumanía, pintado todavía en algún lugar de mi cerebro.

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