Sentada del 2 de abril de 2009

EL NIÑO QUE QUERÍA SER CANTANTE
Mercedes
Se llamaba Iván y tenía unos cinco o seis años de edad cuando comenzó a dar la turra a su familia. Vivía con sus padres y sus dos hermanos en un piso sin pretensiones. Iván era el más pequeño de los hermanos, pero empezó a decir que él quería ser cantante cuando fuera mayor. Iván era un niño normal, incluso listo y despierto, pero lo que es voz, no tenía voz. Algún profesor decía que lo que le fallaba a Iván era el oído, pero el caso es que su voz sonaba fatal. Consiguió, sin embargo, que su padre lo matriculase en una academia de canto, para educarle esa voz. Su gran sueño era ese, cantar, pero era una quimera. Tenía una voz muy mala y, cantara lo que cantara, no ligaba una nota con otra. Pero tal era su afición, tanta ilusión le hacía subir a una tarima y meterse al público en el bolsillo, que no cejaba en su empeño por cantar. A pesar de tener esa voz tan espantosa y horrible, Iván era muy tenaz y constante, y ya podían decir sus padres lo que quisieran, que para él era como si oyese llover. Tenía unas que otras peleas con la familia, con los compañeros del colegio y con los amigos de la calle. Cuando jugaba con ellos, si Iván se empeñaba en cantar, discutían bastante. Le decían que estaba mal de la cabeza, pues ninguno se podía creer que fuera a cantar bien algún día. Iván era un luchador nato, sin embargo, nunca se daba por vencido. Por fin, un amigo de los padres les dio la mejor idea: “Lleváis a Iván a Praga, que allí hay una pedagogía de la música muy avanzada, y así descansáis también de él, y que se convenza por sí mismo”. Así se hizo. Iván le dijo a su maestro checo, que se llamaba David, que lo único que él quería era aprender a cantar como los propios ángeles, y que quería empezar ya. El maestro David le daba clase a Iván en un pequeño estudio, todas las tardes durante muchas horas, pero no todas cantando. Trabajó y trabajó durante mucho tiempo, pero Iván no se desanimaba. Pasaron tres años y no mejoraba gran cosa su voz. O su oído, que el maestro David tampoco sabía qué podía ser peor. Pero era tal la voluntad del discípulo por aprender, que hasta el maestro estaba conmovido. Se le ocurrió un día comenzar a ensayar con él la obra 4'33'', de John Cage. Qué cambio en Iván, el profesor había dado en la diana. Esta obra le exige al ejecutante permanecer en silencio durante cuatro minutos y treinta y tres segundos, sólo eso. Así fue como aquel profesor consiguió hacer de Iván un virtuoso de la música y del canto. En realidad, del silencio, pero no hay otro como Iván en este campo. Por fin había triunfado. Ha cantado 4'33'' por todo el mundo, hasta en la Scala de Milán.



MIEDO
Laura y adredista 1
Soy Laura, tengo miedo y no sé a qué. La cruda realidad es que tengo miedo y debe de ser por algo.
Recuerdo un día que viajaba hacia la playa con mis amigas. Yo conducía y, sin motivo aparente, sin mediar imprudencia o peligro, dimos varias vueltas de campana. Por fortuna no nos ocurrió nada, ni a mis amigas ni a mí. Menos mal.
Pasó un tiempo y yo notaba que algo extraño se había infiltrado en mi interior. A pesar de ello, no tuve miedo a seguir conduciendo, pero comencé a sobresaltarme cada vez que oía un ruido fuerte a mi lado, cosa que antes del accidente no me alteraba. Por la noche no dormía como antes, ahora me despertaba asustada por mis sueños. A veces me he preguntado: Si no pasó nada, ¿por qué tenía miedo?
El miedo es algo que no sabría definir, pero existe y se va metiendo dentro de una, en los huesos, como la humedad. En la escuela de enfermería nadie enseña a dominar el miedo. Al principio, en las prácticas, vivía situaciones de mucha repugnancia. Pero muy pronto se impuso mi fortaleza: “Aquí está Laura”, así decían mis enfermos cuando llegaba por la mañana. Me alegraba mucho oírles esto y me ayudaba a vencer el miedo que siempre tienes al curar sus heridas.
Ahora estoy en silla de ruedas y sólo tengo miedo a cruzar las calles, cosa que hago cada día por los pasos de cebra, acompañada de mi asistente. En esos momentos me pregunto todavía por el miedo. No sé qué será. Sin embargo, siento que este desconocido está dentro de mí. Y como no puedo largarlo de aquí, he decidido convivir con él como buenos amigos.



CUARTO Y MITAD
MaryMar y adredista 7
Me han hecho muchas crueldades en la vida, pero nunca había sido tan desgraciada como aquella tarde. Y, al siguiente día, tan feliz. Lo que tiene la gente. Os cuento: Estaba en el hospital de La Paz, pues iban a hacerme alguna prueba de la cabeza. Tenía un tumor y los médicos querían descubrir de qué tipo era. Estaba en una habitación con otras tres personas. Ellas eran unas viejas, y yo joven. De pronto, todas se estaban metiendo conmigo y me llamaban bicho. No lo entendía, pues yo no les hacía nada. Eso sí, yo estaba en la cama tranquilamente viendo la TV. Y alguna dijo en un momento que no le gustaba el programa que yo ponía. Así comenzó todo. Fue la causa de que todas terminasen gritándome y llamándome bicho. Había un aparato de TV para todas y yo tenía el mando porque había pagado la ficha, sólo eso. Al día siguiente me cambiaron a otra habitación con otras mujeres. Pues con la misma cara que tengo, allí estaba feliz. Todas las mujeres eran muy alegres y pasábamos el tiempo cantando canciones muy animadas, sobre todo flamencas. Las que se podían poner de pie, incluso bailaban. A alguna de ellas le gustaba bailar el tango y me lo quería enseñar. Yo llevaba un aparato ortopédico hasta media pierna, pero me dejaba llevar, la observaba y me fijaba bien. Aprendí los pasos en poco tiempo. Y qué placer, bailar.

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