Sentada del 18 de junio de 2009

PROBLEMAS DE INFORMÁTICA
Rosa
Yo, los jueves, iba a terapia. Ángela es la terapeuta, no es muy joven, pero lo parece por su energía. Ya está casada y tiene varios hijos. Por cierto, vive en Alcalá de Henares y las bombas del 11-M la pillaron en la estación de Atocha y se comió todo el marrón. Estuvo varios días sin venir. Pidió una baja porque estaba muy asustada. Cuando volvimos a verla y le preguntamos por la baja, nos habló del miedo que había pasado, que por suerte sólo fue miedo.
Ángela es muy paciente. Cuando me presento en su territorio, en su sala de terapia, como allí voy a escribir en el ordenador, le pregunto de qué puedo escribir y ella me sugiere que escriba a partir de lo que hago cada día. Me dice: "Cuenta si tú puedes vestirte sola o lavarte sola, cuenta en qué ocupas las horas del día, escribe de eso".
En el ordenador yo todavía tengo muchas faltas y tengo que borrar mucho. Necesitaría más tiempo de práctica, pero los jueves no puedo quedarme más que hasta las doce, porque tengo grupo con Jena, la psicóloga. Cuando se lo dije a Ángela, incluso me aconsejó que me fuera antes de las doce para llegar a tiempo a lo de Jena, pues sabe que yo con la silla me traslado muy despacio, no tengo silla eléctrica, tengo que empujar las ruedas con las manos y no tengo fuerzas casi.
El último jueves había llegado después de las diez y me tuve que ir a las doce menos diez. O sea, que tengo poco tiempo. Ángela me enseña muchas cosas, pero como tiene que atender a tanta gente, son muchos los que necesitan adaptaciones para manejar el ordenador y sólo está ella para enseñarles a utilizar estas adaptaciones, me ha sugerido que vaya los martes, que está menos agobiada. Pero yo los martes no puedo ir porque me ponen los supositorios y me levantan a segunda hora. Tendría que ir a las once y media, pero me levantan después de esa hora. Me dice Ángela que a ver si lo puedo arreglar, como si fuera tan fácil que los cuidadores hagan caso de tus necesidades.
Y los jueves, al grupo de Jena no puedo faltar. Si Jena cambiase la hora y me dejase un hueco, podría estar más con el ordenador, pero es casi imposible porque somos un grupo de gente muy numeroso en la terapia y no va a cambiar la hora sólo para dejarme a mí más tiempo con Ángela, que por fin encontró un hueco los miércoles para que yo practique, de once a doce treinta, pero es poco. ¡¡¡Por favor, que alguien me arregle esto, que yo quiero aprender a escribir con el ordenador!!!
Jena nos ha advertido a todos para que no hablemos de lo que decimos y trabajamos en el grupo de terapia. Yo la hago caso porque lo dijo a rajatabla. No quiere cotilleos. Me quedé con la copla y no quiero hablar, ni escribir ahora nada de ello. Jena es una psicóloga muy buena y resignada. Digo que es resignada porque nos acepta como somos y porque ella no se echa flores. Por cierto, esta mañana la vimos con un ramo de rosas amarillas preciosas y nos dijo que se las habían regalado. Yo creo que fue el jardinero quien se las regaló. En su grupo trabajamos la autoestima, que falta nos hace, que no sabemos defender nuestra independencia ante los cuidadores.
Tengo tan liadísimas las mañanas porque también voy al taller de textil algunos ratos que puedo. Necesito ejercitar las manos. Y los lunes los ocupo con el taller de escritura, que es sagrado. Con Ángela iré los miércoles, y a ver si le arranco otro día bueno, que ella está todavía peor que yo de tiempo.
A ver si de una vez conseguimos los ordenadores y las adaptaciones para el taller de escritura y puedo escribir por las tardes.



TELARAÑAS
Isabel
Por fin me siento una mujer libre y feliz. Ya no tengo problemas. O mejor, los problemas ya no son más grandes que mi voluntad de enfrentarlos. Y los disgustos los he olvidado. Antes era infeliz completamente, pero ahora no, y doy gracias a dios por no tener problemas más grandes que yo misma. Cuando era pequeña estaba desesperada porque no me curaba. Me daban ataques epilépticos y no podía soportarlo. Se acompañaban de mioclonias, unas contracciones de las extremidades parecidas a espasmos. Tenía depresiones. Cuando cumplí treinta años, me llamó la asistente social para decirme que tenía plaza en una residencia de Ferrol, la misma donde ya estaba mi hermano.
En séptimo de colegio, con doce años, ya me fallaban las piernas y los críos se reían de mí y me insultaban. Tenía una amiga que se llamaba María José y que me ayudaba a subir las escaleras. Dejé de ir al cole y no pude sacarme el graduado. Tenía otra amiga, de las de toda la vida, Nieves, que me iba a ver todos los días a casa y era muy buena. Cuando cumplí los quince años, un día se presentó en mi casa y me propuso salir a la calle.
-Nieves -le contesté yo-, estoy muy mal de las piernas.
Y siempre que me lo proponía le daba yo la misma excusa. En realidad, mi enfermedad me superaba y tenía miedo. No sabía enfrentarme a ella.
-Mañana vengo a sacarte -me dio el ultimatum Nieves-, si no sales mañana, no vuelvo a verte.
Vino, no me atreví a salir y Nieves no volvió.
Siempre me gustó estudiar y le dije a mi madre que me apuntara a una academia por la tarde. Ella me acompañaba. Pero teníamos que bajar más de veinte escalones por las aceras y yo me apoyaba en los setos, porque no había pasamanos, y me arañaba mucho las manos y no podía luego escribir. El profe era muy simpático. Por entonces yo aún podía escribir con mis propias manos y él me ponía deberes, resúmenes de Lengua, o Matemáticas, Naturaleza, Sociales, etc. Al día siguiente se los llevaba y me decía que los había hecho muy bien. Mucha gente no me ha dicho a lo largo de mi vida que hago bien las cosas. Me gustaba mi letra y escribía poemas. A mi profe también le gustaba mi letra.

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