Los primeros pasos

Rosalía
Mi madre nunca me dijo cuándo comencé a hablar. Sin embargo, se acordaba muy bien, y me lo repetía mucho, que comencé a caminar a los cuatro años. Estaba jugando con mi hermana, que es dos años menor que yo, y de pronto las dos nos pusimos de pie, agarradas una a la otra. Así lo contaba mi madre. Teníamos juguetes en la mano y, de pie como estábamos, nos separamos y comenzamos a caminar cada una por su lado. Mi madre decía que se quedó helada, que no se lo podía creer. Tanto se emocionó que terminó llorando. Rápido se corrió la voz por el pueblo, el portal estaba abierto y mi madre terminó gritando que su hija Rosalía había comenzado a caminar. No era poca cosa. Yo había nacido muy al límite, el parto se había complicado y mi madre no tuvo más asistencia que una vecina vieja, que se durmió en el sillón y no había forma de despertarla. Era la única experta en el pueblo, porque no había médico. Cuando amaneció y se despertó y yo no había nacido todavía decidió que a mi madre había que llevarla a la capital , a Huelva. Cuando llegó al hospital el médico se había ido a acostar pues había estado toda la noche trabajando. Nací de milagro, me sacaron a empujones las enfermeras y tenía la cabeza como un pepino, moraíta. Los gritos de mi madre, el día que me puse de pie, los oyó, la primera, una vecina que me llamaba la tonta. Me lo ha llamado toda la vida, me tiene manía. No se lo podía creer, lo mismo que los médicos, que le decían a mi madre que nunca caminaría, que nunca hablaría y que siempre sería un vegetal ¡Si me vieran ahora escribiendo o gritando o pintando aquellas lumbreras! La voz se corrió por el pueblo, y unos a otros se gritaban que había empezado a caminar la hija de Carmen, y, cuando mi padre volvía del campo, que estaba arando los olivos, nada más llegar a las primeras casas, le dieron la noticia. Tampoco se lo podía creer y, cuando entró en casa, fue a preguntar a mi madre qué estaba pasando allí. Mi madre se lo contó y ahora el que lloraba era mi padre. O sea, que yo había comenzado a caminar y había hecho llorar a toda la familia. Si llego a saber eso, me quedo sentada, le decía a mi madre cuando me lo contaba. Nunca me dijo nada sobre las primeras palabras que pronuncié. Después de esta experiencia de lágrimas y carreras, y de estar en boca de todos porque se me ocurrió acompañar a mi hermana en un paseo, debí de ser más discreta cuando me decidí a decir papá y mamá por primera vez.

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