Sentada del 10 de septiembre de 2009

ASISTENTE SEXUAL 1
HeavyMetal
Le digo el viernes a una chica de Montera: Nosotros, los cojos, también tenemos necesidades.
Se lo dije, la verdad, con cuarenta euros en la mano y me entendió a la primera. Luego, en la habitación, me cogió otros cinco.
Pero todo se hace difícil para un cojo como yo. Todos los pisos son con escaleras.
Me subieron unos tipos, que uno de ellos tenía a la mujer trabajando en la casa, y me tumbaron en la cama hasta que subió ella.
–Tengo miedo, –me comenta la chica– nunca lo he hecho con un hombre como tú.
Me desnudaba bajándome los pantalones y me pone una goma roja.
Se sube el vestido, se baja las bragas y entonces es cuando me pone el preservativo en la polla.
Yo estaba empalmado como un cabrón.
La toco los pechos suavemente, el coño, las piernas. Ella me deja.
Que agradable tocarle los pechos, son como los de mi madre.
No me dejó chupárselos, aunque se lo pedí.
Se puso de pie sobre la cama y me acariciaba en la entrepierna.
Metió mi polla en su coño, siempre con goma.
Cuando la abordé en la calle, ella no quería atenderme. Vio los euros, y una compañera le dijo que me los quitase.
Esta chica no le hizo caso y entonces fue cuando decidió venirse conmigo. Fue un detalle.
Las chicas de Montera me han engañado otras veces, casi todas las que lo intenté hasta ahora.
Demasiado poco te pasa, sin embargo. Tienes más problemas aquí, en la residencia, que por esas calles.
Pero yo necesito mucho del sexo. O mejor, calor humano. Quizá es porque soy un jodido hombre.
Lo que pasa es que nadie vende cariño, sólo sexo.
Otro día os cuento cómo terminó.



PROHIBICIONES
Rosa
Te acostumbras a hacer lo que otros deciden por ti hasta que descubres de pronto que nada tiene sentido. Yo tengo unas primas y no me hablo con ellas por la sencilla razón de que ellas tampoco me hablan a mí. Nunca supe la razón de esta enemistad familiar. Mi tía, la madre de estas primas, está disgustada con nosotros y no nos hablamos. Es hermana de mi madre. Ellos son siete hermanos, pero esta tía no es la única con la que no nos hablamos. En Navidad se llaman por teléfono y se cambian lotería y eso es todo. Quizá la razón de que no nos hablemos con estas primas sea que ellas tienen su vida y nosotros la nuestra, y nada más.
Ahora que recuerdo, también hay otros primos con los que no nos hablamos.
Y yo no dejé mis estudios porque no me gustase estudiar. En Venezuela hice hasta sexto de primaria y hasta segundo de Bachillerato. Pero volvimos a Madrid y mi padre y mi madre me prohibieron seguir estudiando. ¿Por qué? Porque yo estaba en silla de ruedas. Me hubiera gustado seguir estudiando, pero contra la voluntad de mis padres nada podía hacer.
Ahora hago cosas que me gustan, hago música, textiles, aprendo informática, escribo y participo en un grupo de terapia con Jena, pero creo que es la primera vez en mi vida que hago lo que quiero. En el CAMF de Guadalajara me levantaban a las doce y me acostaban después de comer. Estaba levantada unas cinco horas al día y no podía hacer nada, ni ir a los talleres ocupacionales ni nada de nada.
En el CAMF de Pozoblanco fue donde comencé a hacer lo que yo quería y allí el tiempo se me pasó volando.
Me gustaría que estas Navidades mi madre y mi hermano viniesen conmigo a pasar la Nochebuena, pero se lo sugerí al hermano y se puso como una fiera porque dice que mi madre es muy vieja para desplazarse. Pero da la casualidad de que ella viene todos los sábados, o domingos, a verme. Cuando murió mi padre, que mi madre ya era mayor y le costaba atenderme, se me terminó prohibiendo vivir en nuestra casa.
Ello significó que viva aquí desde entonces, y todo este recorrido por las diversas residencias del IMSERSO. Me llené de rabia cuando dejé mi casa.



SIGUIÓ MINTIENDO
Laura y adredista 1
Casi sin darse cuenta Matilde, niña traviesa, comenzó a mentir. Mentía en su propia casa a sus hermanos, mentía a sus vecinos con los que jugaba a menudo en la calle, y mentía hasta a sus queridas muñecas cuando les contaba cuentos. Siguió mintiendo cuando era joven. Sus mentiras crecían con ella, en número y en importancia. Hubo momentos en que las propias mentiras le asustaban por sus posibles consecuencias. Sobre todas, se gravó en su memoria el día que contó a sus amigas cómo se lo había pasado con un joven apuesto, con el que todas ellas estaban deseando salir. Les dijo que se habían comprometido a verse a menudo, y que una vez por semana irían al cine. Incluso describió con detalles la excursión que planearon juntos. Se emocionó tanto contándolo y creyendo su propia fantasía que no se percató en qué momento el chaval se incorporó al grupo. Al descubrirlo, se puso roja de vergüenza1, no sabía salir del atolladero en que estaba metida. Sus amigos, una vez más, se dieron cuenta de la mentira que les estaba contando. Por fuera, su cara lo decía todo; por dentro, se avergonzó de ser como era. Pero no valió para nada, Matilde siguió mintiendo.
1(Aquí, la autora estuvo a punto de interrumpir su relato: " ¡Qué mala soy! –exclamó– Me estoy creyendo mi propia mentira")

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