Asistente sexual 1

HeavyMetal
Le digo el viernes a una chica de Montera: Nosotros, los cojos, también tenemos necesidades.
Se lo dije, la verdad, con cuarenta euros en la mano y me entendió a la primera. Luego, en la habitación, me cogió otros cinco.
Pero todo se hace difícil para un cojo como yo. Todos los pisos son con escaleras.
Me subieron unos tipos, que uno de ellos tenía a la mujer trabajando en la casa, y me tumbaron en la cama hasta que subió ella.
–Tengo miedo, –me comenta la chica– nunca lo he hecho con un hombre como tú.
Me desnudaba bajándome los pantalones y me pone una goma roja.
Se sube el vestido, se baja las bragas y entonces es cuando me pone el preservativo en la polla.
Yo estaba empalmado como un cabrón.
La toco los pechos suavemente, el coño, las piernas. Ella me deja.
Que agradable tocarle los pechos, son como los de mi madre.
No me dejó chupárselos, aunque se lo pedí.
Se puso de pie sobre la cama y me acariciaba en la entrepierna.
Metió mi polla en su coño, siempre con goma.
Cuando la abordé en la calle, ella no quería atenderme. Vio los euros, y una compañera le dijo que me los quitase.
Esta chica no le hizo caso y entonces fue cuando decidió venirse conmigo. Fue un detalle.
Las chicas de Montera me han engañado otras veces, casi todas las que lo intenté hasta ahora.
Demasiado poco te pasa, sin embargo. Tienes más problemas aquí, en la residencia, que por esas calles.
Pero yo necesito mucho del sexo. O mejor, calor humano. Quizá es porque soy un jodido hombre.
Lo que pasa es que nadie vende cariño, sólo sexo.
Otro día os cuento cómo terminó.

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