La perdida

Carmen
Era domingo y, tal como hago algunas veces, me entró la neura de correr aventuras con mi trono eléctrico.
Esta vez me dispuse a dar una vuelta por la feria de turismo de FITUR en el recinto ferial JuanCarlos I. Estaba empeñada en buscar un cartel grande de mi queridísima Explanada de Alicante, que tanto añoro por los muchos veraneos que pasé allí cuando era más joven y estábamos todos en la familia.
Por fin lo consigo después de dar mil vueltas, la foto es luminosa, pero me doy cuenta que es muy tarde y se acerca la noche. Para colmo de males, veo que sólo me quedan 3 luces amarillas y 3 rojas en el indicador de batería del maldito carromato.
―¡Ay, corre, burrita, llévame como puedas a mi casita! –así hablaba yo a mi bólido.
Como una loca voy en busca de un ascensor. Como la orientación y yo somos del todo incompatibles, me termino de perder del todo. Mientras, la batería se sigue gastando. Por fin hallo un ascensor, pero no funciona por más que aprieto con rabia el botón de la puerta. Busco desesperadamente otro ascensor mientras las luces de mi bólido se siguen apagando.
¡Oh, Dios mío!, pensaba, ¿Por qué me meteré yo en estos líos? ¡Con lo bien que estaba yo en mi cuarto, qué bien hacían los espartanos con estrellar cojos y cojas en el monte Tayjeto! Así no pasaban tantos apuros. ¿Los cojitrancos somos un enriquecimiento de la sociedad? ¡¡¡Y una mierda!!! En todo caso, lo somos para las ortopedias, que se hacen de oro con nosotros, con los arreglos de sillas y aparatos ortopédicos para caminar, muletas, etc.
Por fin hallo otro ascensor y entro toda histérica. Pero se oye un gran estruendo que destroza mis tímpanos y mis cada vez más desesperados nervios.
—¡¡Se ha roto el ascensor!! —oigo decir—. ¡Menos mal que hemos salido a tiempo!
Espero unos momentos hasta que me doy cuenta que no hay remedio ninguno, lo cual termina por agravar mi histeria.
—¡¡¡¡Socorro, Socorro!!!! —grito al fin desesperada— ¡¡¡Me he quedado encerrada en el ascensor, por favor, ayúdenme alguien, no puedo andar, si alguien me escucha que me ayude, que estoy encerrada en un ascensor y soy minusválida y no puedo salir!!!
Aprieto de nuevo con desesperación la alarma y toco el claxon de mi silla: ring, ring.
—¡¡¡Socorro, socorro, soy coja y no puedo salir del ascensor, ayúdenme!!!
Mi voz se desmaya. No sé por qué será, pero cuando tengo que vocear es como si mi garganta se ahogase o agarrotase y me quedo cortada. Mi voz es un hilito en realidad, grito más en mis pesadillas, cuando debería estar en silencio por la noche, ¡¡soy la contradicción en persona!!
Apago un rato mi caballo eléctrico y espero. Como el calor aprieta, mis ojos se van cerrando, necesito relajarme y descansar… no recuerdo el tiempo que trascurre… pero al despertar vuelvo a la carga gritando:
–¡¡Socorro, auxilio, que soy coja y estoy atrapada en un ascensor, no puedo andar ni salir yo sola!! ¡¡¡Ayúdenme alguien, por Dios, llevo mucho tiempo aquí!!!
Me acuerdo de golpe que tengo el invento suizo llamado reloj de pulsera, lo miro desesperada y veo con espanto que ha pasado más de media hora entre grito y grito. Por fin se oye una voz allá arriba:
—¿Qué le ocurre, señora, por qué grita tanto?
—Es que soy minusválida con carro eléctrico y estoy atrapada en un ascensor roto. ¡¡Por favor, avise a alguien, que me asfixio de calor!! ¡¡Llame por Dios a los bomberos!!
—Lo siento, señora. eligió usted mal día para encerrarse, hoy hay huelga de bomberos, piden un plus por peligrosidad y la CAM no se lo concede —respondió el señor.
—¡Pero habrá algún policía por ahí, o protección civil! —repliqué como loca.
—No lo sé, señora, yo soy un vagabundo que estoy aquí pidiendo, por si gano unas moneys. Si me da unos euros aviso a alguien.
“¡Vaya!”, pensé yo, “Para que el ciego cante, limosna por delante...”
–Bueno, —dije resignada— sólo tengo aquí 10 euros, si sube a buscarme se los daré.
Por fin aparece el individuo, le doy la pasta gansa.
—Ay, perdone, señora, —dice con calma— he quedado con la churri en la discoteca, mañana aviso.
Yo termino al borde del infarto. Al fin, al día siguiente, a las siete de la mañana, me ayuda protección civil, agarrándome entre ocho personas y protestando de mi peso. Por fin, monto en un eurotaxi y debo ir a un Caja Madrid a buscar dinero para pagar al taxista. La carrera resulta tan larga que me gasto la mitad de la liquidación de estancias de la residencia para el mes, y mi hermano me echa la gran bronca.
Al llegar a mi residencia, las cuidadoras gritando:
–¡¡Niña, no sabes que aquí hay que avisar cuando no se viene a cenar!!

No hay comentarios: