Sentada del 8 de octubre de 2009

TE PRESENTO A UN AMIGO
Adredista 1
La vida en aquel pequeño pueblo asturiano seguía igual, el muerto no era importante. Cuando a Miguel, alias Melito, pobre de solemnidad por haber perdido la guerra y pordiosero por obligación, pues jamás creyó en ningún dios y mucho menos en el que centelleaba en los ojos de la gente a la que pedía, cuando a Melito, digo, se le ocurrió morirse, lo hizo como todos los muertos, a destiempo. No doblaron las campanas como días antes por D. Silvestre. El cura puso el entierro a las cuatro de la tarde, y sin tocar la campana, que nadie le amistaba a Melito y, además, nunca se confesó. Hubo que buscar a cuatro personas para que cargaran con la caja y al monaguillo lo llevó tirándole de una oreja. Eran siete, con el muerto. Justo al arrancar hacia el cementerio, y a contrapié, se añade al extraño duelo un hombre bajito, de mediana edad. Trae el bolsillo izquierdo del pantalón lleno de calderilla y cada pocos pasos pone unos céntimos de peseta encima de la caja. El cura para la comitiva, murmura un latinajo intraducible y un padrenuestro del que se oyen sólo las primeras palabras, salpica a Melito con agua bendita y Melito no protesta a pesar de no gustarle de nunca el agua. Y el cura sigue con su faena: Vamos. Y el hombre bajito sigue con su faena, cargando céntimos sobre Miguel. Ya es casi de noche y todavía no han llegado a la tumba. El hombre bajito se queda sin calderilla, pero está contento: su amigo Miguel está siendo enterrado como un rico, incluso más rico que D. Silvestre.
(El hombre bajito se llamaba Antonio. Para el autor de esta crónica fue siempre Don Antonio. Para el resto de los mortales fue D. Marcial Lafuente Estefanía.
Espero que con esta pequeña pincelada de su vida crezca en vuestra memoria la figura de un grandísimo hombre bajito
).



UNA CULADA
Isabel
En el piso de Las Pedroñeras, mi hermano y yo estábamos jugando a las canicas, esas canicas de cristal, cada una de un color. Las empujábamos contra la puerta roja de escai. No teníamos reglas en el juego, las tirábamos y el juego consistía en combinar los colores y reír. Las canicas iban y venían haciendo unas composiciones muy artísticas. Cada vez las tirábamos con mas fuerza. Mi hermano y yo nos reíamos tanto. Las canicas son pura alegría, sus colores, sus volúmenes. Mi madre quería limpiar y nos echó a la calle. Mi casa de Las Pedroñeras media cincuenta metros cuadrados o algo más. Tenia tres habitaciones muy pequeñas, un cuarto de baño aún más pequeño, una cocina algo más grande y muy bien amueblada. El pasillo a mí me parecía larguísimo y el salón, muy grande. Mi madre lo estaba barriendo con un cepillo y quería pasarle la fregona, y después, la mopa, que cuando la pasaba salía un brillo del terrazo que parecía que le había dado cera, y no era así, pero brillaba mucho. El piso tenia dos terrazas. Y luego estaba la puerta de la calle, que es por donde nos fuimos, después de que mi hermano guardase las canicas en una bolsa. En la calle nos encontramos al señor Lorenzo. La calle Las Pedroñeras estaba cerrada al tráfico, solo había rosas, césped, aligustre, sauces, plátanos, olmos. Todo lo cuidaba el señor Lorenzo, que era el jardinero. Era un buen hombre que jugaba con nosotros, con los niños. En verano nos mojaba con la manguera de regar. Los chicos y las chicas salíamos corriendo, pero a Gabi siempre le mojaba con la manguera. Gabi siempre desafiaba al señor Lorenzo con su silla de ruedas. –Aquí no llega tu manguera, gritaba. Pero siempre llegaba antes de que Gabi pudiese poner tierra por medio y terminaba empapado. Eso era en verano, con el calor. Ahora estábamos en invierno. El señor Lorenzo estaba podando y nos dejaba jugar con los palos que cortaba. La espada de Gabi era la más afilada, la más loca, una rama de chopo larga como un misil. Gabi siempre está tarareando musica heavy, es lo que más le gusta después de jugar con el señor Lorenzo. Yo estaba por Gabi, pero Gabi sólo hacía caso a su armónica y a su silla de ruedas. La mujer del señor Lorenzo cumple los años el mismo día que mi madre y tiene un hijo electricista, que es muy malo trabajando porque bebe mucho vino. Siempre le sobra algún cable cuando arregla un timbre, ningún timbre de la escalera suena ya. Debe de ser porque le molestan los timbrazos cuando está resacoso. El día estaba muy frío y nosotros corríamos con las espadas en la mano para no helarnos del todo. Pero de pronto empezó a nevar y nos quedamos mirando como bobos. La nevada fue tremenda. A lo lejos vi a mi padre, que volvía a casa, y se lo indiqué a mi hermano. Venía por la cuesta arriba y, de pronto, el pobre se escurrió, cayéndose de culo. Se quería levantar, ponía una mano en la nieve, pero se volvía a caer de culo. Se resbaló muchas veces, hasta que se dio la vuelta en el suelo rebozándose bien con la nieve, apoyó las dos manos y, así, de cara, consiguió levantarse. El dolor en las nalgas fue tremendo, le salieron cardenales en el culo. No se pudo mover en tres días. Mi madre tuvo que ir a su médico por la baja. Nunca olvidaré aquella nevada y aquel día, la culada de mi padre.



MALMETER
Conchi
Veo pasar la vida muy rápidamente a mi alrededor. Alguna vez me encontraré con mi media naranja en esta vorágine. Hay demasiados ojos, sin embargo, mirando lo que yo hago o lo que yo miro. Son demasiados los que te quieren dar consejos, ahora una cuidadora, ahora un compañero, ahora el familiar de un compañero, y terminan estropeándolo todo. Yo me he fijado, por ejemplo, en un chico que coincide conmigo en gustos y proyectos. Es un guapo rubio que me hace temblar cada vez que nos cruzamos, se me pone el pulso a cien. Pues una cuidadora, la primera que descubrió mi debilidad, me dijo que perdía el tiempo con ese chico porque bebía más de la cuenta. ¡Como si la cerveza tuviera cuentas, como una embarazada! Ya estoy hasta las narices de cuentas, por no decir hasta los ovarios. Un compañero que nos oyó discutir un día a mi rubio y a mí, también tenía un consejo que darme. –No sé qué ves en ese viejo, se lo voy a decir a tu madre, que estás por el rubio. Pues se lo dijo y mi madre ya no me deja ni sol ni a sombra. Menos mal que se va a las ocho de aquí, que es cuando anochece. Me queda la noche para pensar, pero sobre todo para buscar al rubio. Y por la noche, en la calma de las estrellas, me encuentro con la noticia de que mi rubio también está mal aconsejado. Una cuidadora le ha sancionado porque se quería pasar a mi habitación y un compañero le ha dicho que eso no se hace, que yo soy una puta. ¡Qué más quisiera yo, que no me como ni flores! Ha habido no sé cuantos más consejos, y todos constructivos, todos para impedir que mi amor se exprese, y el de mi rubio. Estoy perdiendo a mi rubio, pero la vida da muchas vueltas y no pierdo la esperanza de tropezar con un hombre que no escuche consejos que no dicta el corazón, con un hombre que me escuche a mí y escuche los latidos del mío.

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