El atolladero

Laura y adredista 1
Por aquellos días nos vimos en un atolladero casi todos los internos de la Residencia. Vivíamos un invierno duro. La nieve se veía desde la ventana. Dentro, la calefacción no funcionaba bien. No sé por donde entraría en las habitaciones el frío del parque, pero entraba y calaba en nuestros huesos. Como la mayoría de los residentes tenemos poca movilidad, sufríamos el frío intensamente. A medida que pasaban los días, iba creciendo el malestar de todos. Nadie ponía remedio a nuestra situación. Un compañero se quejaba más que ninguno, como si sólo él sufriera el temporal. Se desahogaba hablando mal de todo y de todos, parecía que las protestas le daban más calor. No recuerdo su nombre, porque la memoria me falla por la esclerosis. Sus quejas removieron en mi corazón la necesidad de ayudar, pues me dolía la actitud negativa de casi todos tanto como la tardanza en el arreglo de la calefacción. Esta sólo funcionaba en un rincón del edificio, en la planta segunda, exactamente la zona donde yo vivo. Decidí invitar al personal a mi cuarto para que se calentaran. Vinieron muchos y, luego, no veía la forma de sacarlos al frío. Más que nunca deseaba que llegara la hora de la comida para que poco a poco se fueran marchando. Y, también, para que se aliviaran con el calorcito de los alimentos que nos ponen, que, desgraciadamente, mi corazón no podía calentar a mis compañeros de residencia.

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