Chica con futuro

Conchi
Pas era muy delgadita cuando empezó a salir de casa. Tenía ocho años y fue por primera vez a un colegio especial, en Ayala 45. Allí iban a enseñarla a leer y escribir, según su madre, pero lo que Pas aprendió fue mucho más. Pas, Pascualita, todos la llamábamos Pas, nunca tenía miedo, pero los primeros días de colegio sentía un poco de vergüenza porque no sabía nada y los demás chicos ya sabían cosas. Sobre todo, se conocían entre ellos. Allí, a Pas la ponían a gatas, a cuatro patas, para hacer ejercicio. La fisio era ciega y no la dejaba irse muy lejos. Cuando Pas consiguió hacer las primeras letras se sintió grande. Cuando consiguió descifrar la primera palabra en la cartilla, aquello sí que fue una maravilla. Todavía lo recuerda, fue “casa”, lo ha repetido tantas veces desde entonces que se acostumbró a seguir el rastro de esas letras por todas las palabras. Se llevaba una alegría cada vez que aparecía en cualquier palabra una a con una s y con una c, como en acaso o sacarina o muecas. Era divertidísimo leer. Lo único que no le gustaba a Pas era bordar. La obligaban Ana y Pilar, pero ella prefería jugar al dominó. Ana ataba con una cincha las piernas de Pascualina en una silla colorada de plástico, para que no se fuera a jugar al dominó con los conductores, Donato y Patricio, aunque Ana decía que era para que no se le dañara la cadera. Así, atada, aprendió a bordar. Lo ha odiado siempre. En Ayala no estuvo Pas más allá de un año, pero bajo aquellos techos había aprendido mucho más que a leer y a escribir. Era la primera vez que salía de casa y había descubierto que en su cuerpo pequeño y diferente se escondía una persona que no tenía miedo a nada, una persona distinta a su madre, una persona con personalidad, o sea, se había descubierto a sí misma. Ella era y siempre iba a ser Pas, una chica diferente, como todas las chicas, una chica con futuro.

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