Con un indio en la camiseta

Fonso
Llegaba de un pueblo tranquilo, Alcuéscar, donde lo único que pasa son las vacas por delante de la residencia. Leganés me recordó el barrio de las Mil Viviendas, en Alicante, el único lugar del mundo donde una banda juvenil me puso en apuros, o sea, que me limpió los bolsillos. El CAMF donde yo me había instalado está en el Carrascal, y el barrio estaba de verbena la noche de mi llegada. Me aventuré a salir a dar una vuelta con mi silla eléctrica, a pesar de la oscuridad de sus calles.
El ambiente en el baile parecía relajado, sin embargo. Salvo una pelea a botellazos entre bandas juveniles en un solar sin construir de la Avenida Juancarlosprimero y demasiados coches de la pasma, no vi otras señales de violencia en el camino y me fui tranquilizando. Me metí entre el público que bailaba a las órdenes de la banda que ocupaba el escenario, pero justo en ese momento comenzó mi pesadilla.
Un tipo calvo, las gafas de miope que no ocultaban su mirada inquisidora, y vestido con una camiseta negra estampada con la cabeza de un jefe indio, apuesto a que era Jerónimo, y con unos pantalones de pintor color amarillo, un verdadero adefesio que no me quitaba ojo. Tanto me repasaba el tipo aquel que comencé a inquietarme. Las sandalias las llevaba rotas y muy sucias, se ve que usaba los pies para caminar, si no, para huir.
No quería volverme a la residencia tan pronto, apenas después de llegar. Pero estaba solo, aunque en medio de una multitud que, si bien no parecía hostil, tampoco se me ocurriría pedirle ayuda. Comencé a moverme calzada adelante para alejarme del calvo. El trafico estaba cortado en la avenida para dar paso al baile. Cual no sería mi sorpresa que, al cabo de cincuenta metros de porfavores y arremetidas con mi silla eléctrica, acariciando los tobillos de todos los bailarines, más atentos a la banda que a mis demandas, al final del túnel me encuentro de cara con el calvo y su indio otra vez.
Ya no había duda, me estaba siguiendo. Tendría que hacerle frente.
–¿Qué le pasa a tu indio? ¿Se aburre en el baile?, le dije yo, desafiante. No necesitó más provocaciones el calvo para iniciar su interrogatorio: –¿De dónde has salido tú?, fue lo primero que me preguntó, descarado. Había conseguido meterme el miedo en el cuerpo. Como poco, aquel tipo era un poli de incógnito en busca del tironero del baile. Repasé mentalmente los bajos de mi silla, intentando recordar todo lo que allí llevaba ahora mismo. Nada, por cierto. –Vengo del CAMF de la Avda. Alemania y no he venido solo, contesté después de mucho pensarlo, por si le intimidaba. –Precisamente, mañana te busco en la residencia, tenemos que hablar. Y me dio la espalda e inició la retirada.
¿Iba a ser eso todo? No podía terminar así el incidente. De pronto, se dio la vuelta, sacó su mano derecha del bolso del pantalón, se señaló el pecho, o sea, el indio, y gritó: –Yo me llamo Andrés, ¿cómo te llamas tú? –Alfonso, contesté yo con la voz entrecortada, presa del pánico. Y salí huyendo de la verbena como alma que lleva el diablo. No pude dormir en toda la noche, el incidente me tenía intrigado.
A la mañana siguiente, sobre las diez, se desveló el misterio: el calvo del indio me quería para esto, para escribir estos cuentos canallas. Y llevo haciéndolo diez años.

No hay comentarios: