Vacas y burroughs

José Luis
Hoy me viene a la memoria el día aquél que me disgusté con mis padres porque me querían llevar al pueblo contra mi voluntad. Mi madre insistía:
–Tienes que venir con nosotros porque no te puedes quedar solo en tu silla de ruedas.
–Mamá –le dije– comprenderme un poco, allí sólo hay personas mayores y algún burro y una vaca espantándose las moscas. Y yo en Madrid tengo un grupo con el que la paso muy bien.
–Ya lo sé –me respondió ella– pero tu padre quiere ir al pueblo a jugar la partida de dominó con los amigos y sólo dispone de los sábados. Además, no querrás que deje plantado al compadre y a Filiberto, que desde que enviudó se siente muy solo.
–Y yo qué culpa tengo de que el Filiberto se haya dedicado a la botella más que a cuidar de su mujer enferma.
Mi padre, que nos oía desde el salón, me mandó callar y me lo dijo. En realidad, me lo repetía:
–Filiberto será muy borracho pero tenía razón: Dios nos castigó contigo. Y te vas a venir quieras o no.
Ese día, el burro decidió que no había partida de dominó: rompió la valla y fue a abanicarles las moscas a unas yeguas que andaban en celo. La partida de dominó se fue al carajo porque a Filiberto se le cortó la borrachera con el espectáculo.
Fue uno de los días más divertidos de mi vida, gracias al burroughs.

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