Sentada del 11 de febrero de 2010






MINIATURAS VII
Iñaki


La nieve congela
mi lágrima caliente,
las huellas de mis pies se van marcando
en el sendero del bien y del mal
y la nieve cubre
mi torpe cabeza.

El frío detiene mi pensamiento
y el viento se lleva mi instante,
la nieve me desorienta
y cuando quiero volver
ella no está mirando.

El manto blanco
que descifran mis ojos
inunda mi alma
de ideas blancas
que deshace el sol.

Navegaré,
observaré
y haré lo que nadie hace,
y relájate, Iñaki.

Blancas mis emociones,
blancos mis sentidos,
blanca está mi guitarra
porque no tiene manos.

La comunicación
arrebata a la soledad
sueños, alegrías y amarguras,
la materia de una canción.

Vida inquietada por una ilusión,
vida entretenida por un amor,
susurros de esperanza
al probar la manzana,
una manzana envenenada
por esa ilusión que nunca se concreta.

Voy camino del día
y me espera al final
la luna nueva de las sonrisas
de todas las mujeres
a las que hice felices
en las horas oscuras.







CONGOJA
Victor


La nieve caía muy fuerte esta mañana. He dormido bien y he descubierto la nevada a las ocho, cuando los cuidadores han ido a levantarme. La impresión en las tripas fue muy fuerte, pero la nieve siempre me produce tristeza. La nieve me limpia los ojos y lo limpia todo, pero debajo de la nieve continúa latiendo la misma basura que me acongoja cada día.







NOSTALGIA
Rosa y adredista 0


La nieve me llena la cabeza,
en la cama como estoy,
de una niña rubia de ojos vulnerables
que contempla en la ventana
la blancura del mundo,
o más allá del mundo,
la cuidad invadida de limpieza
o pintada por un niño o un monstruo
con ternura,
hasta que la niña rubia
de ojos vulnerables
desciende la escalera
y corretea por siempre
en el Parque de la Concepción
sobre la nieve
y bajo los azules.



MIEDO
Laura y adredista 1
María es una pobre mujer, siempre lo fue. Se crió en el campo y apenas fue a la escuela. Una amiga le enseñó a leer, a escribir y las cuatro reglas cuando ya era mayorcita. Sus padres la educaron para que siempre obedeciera a los mayores. Ya no viven sus padres y María ahora no sabe a quién obedecer, tiene miedo de casi todo.
Vive en la gran ciudad y le cuesta salir a la calle por miedo a perderse, ella, que en el campo no se perdía nunca. A veces comenta que la diferencia entre el campo y la ciudad está sólo en la falta de orientación. Recién llegada a la ciudad, tenía que preguntar constantemente y hubo demasiada gente que no le contestaba porque tenía pintas de pueblerina. Ella aceptaba todo con resignación, pues esa era la educación que le habían inculcado sus padres.
Hoy ha nevado, desde la ventana el espectáculo es precioso, hace mucho frío y las calles se han vuelto intransitables. He salido con mi silla de ruedas, he programado al mínimo la velocidad, voy muy despacio.
Llego al paso de peatones más cercano y me encuentro con una persona de mediana edad que no se atreve a cruzar la calle, es María.
Le pregunto si se puede pasar y me sorprende su respuesta.
–No podemos, porque vienen coches.
Pero en realidad no vienen coches. Yo le preguntaba si podíamos pasar pensando en la nieve helada, pero María no tiene miedo a la nieve y sí al tráfico. La comprendo, yo también tengo miedo, y le pido que me siga. Así pasamos por el paso de cebra dos miedosas juntas, yo porque mi silla de ruedas patina y ella porque los coches no respetan las señales.

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