Un día de sorpresas

José Luis
Yo estaba en terapia escribiendo con la barbilla en el ordenador, como los artistas que en algunas películas pintan con los pies, y me dijeron que iba a venir el presidente del gobierno, que por qué no preparaba un discurso para él. Se me llenó el cuerpo de un entusiasmo retorcido, porque siento una gran simpatía por este hombre y esto es algo que siempre me ha salido, escribir. Por ese motivo quería pedirle que me ayudara a estudiar periodismo, o sea, de manera retorcida, como todo lo que me sucede: desde el respaldo de mi silla, pasando por mi espalda que se adapta al respaldo, hasta mi voz que sólo Petri entiende, todo se me retuerce, imitando mi cuerpo. Cuando terminó el barullo de la visita, como no hubo manera de hacerle llegar mi petición, le pedí a Gerardo que escribiera mi carta al Presidente y se negó, así que Ángel Hernández tuvo que destorcer otra vez mi entuertado camino —obra de los demonios que habitan los CAMFanarios de las iglesias— y me escribió él la carta que decía algo como esto: Sr. Presidente, el día que estuvo Ud. por el CAMF de Leganés, tenía yo la intención de dirigirme respetuosamente a Ud. para hacerle mi petición a Ud., pero me distrajeron de mi cometido algunas circunstancias. Venía con Ud. una compañera del Foro de Vida Independiente que en ese entonces buscaba marido, y allí fue donde mi propósito sufrió la primera torcedura: mis esfuerzos por llamar la atención de ella antes de la atención de Ud., cifrados principalmente en el peinado que estrenaba yo ese día, me hicieron perder minutos valiosísimos para entregarle a Ud. mi primera novela y pronunciar el discurso que me habían pedido. Después, los “mimos” de la trabajadora social y las responsables me colocaban, de manera retorcida también, ante los objetivos de los medios de comunicación que no perdían un ángulo de mi perfil griego, pero lejos de mi objetivo, que no sé si lo he mencionado, era precisamente Ud. También se interpuso en mi camino el portavoz del Presidente, que simpatiza con nosotros porque tiene un familiar en silla de ruedas. Aquí lo torcido eran los rizos de su cabeza, que esa mañana el Sr. Portavoz acusaba la batalla perdida de cada día por alisárselos. Imagino que no le restaban energías para atenderme.
Menos que mal que no estaba presente un compañero llamado Gilberto, que es más pelota que yo. Y que ese día las cuidadoras me ajustaron bien el pañal, que yo también tengo las mías, y eso sí que es algo muy doloroso de torcer.

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