Lo que se dice miedo, poco

Conchi
A mí me da miedo la muerte de mi madre y quedarme sola. Me muero de miedo sólo de pensar qué será de mí el día de mañana. Por eso que no lo quiero pensar mucho.
Pero algún día sé que tiene que llegar, no somos inmortales los humanos. Si todo el mundo fuera inmortal no habría sitio aquí para meter a todo el mundo. Me parece muy bien que la muerte nos venga a visitar, pero sólo en algunos casos. Si no, esto sería el fin del mundo, una catástrofe.
Y por otro lado pienso que, cuando se muera mi madre, tendré un piso y una chica que me cuide y que me lleve a todos los lados que ella no ha podido llevarme. Creo que cuando esto ocurra yo asumiré mejor la muerte de mi madre, aunque eso nunca se supera. Como cuando se murió mi padre, yo lo he superado pero mi madre yo creo que todavía no. Eso se lleva dentro del alma y yo no sabría qué hacer sola, aunque ya me tendría que echar p’alante. Luego tendría que tener una persona que me llevara a los médicos, una chica que me ayudara con todas las cosas que yo no puedo hacer.
Mi muerte no me preocupa. Se debe de estar muy bien muerto, porque nadie vuelve. Después de todo yo no tengo hijos ni nadie que dependa de mí, la única que lo sentirá será mi madre.
Me revientan las personas que hacen el paripé cuando muere un familiar, esos que vienen llorando “¡Ay, mi hermano, que se ha muerto!”, que no lo sienten de verdad y que sólo se presentan al funeral para guardar las apariencias.
Cuando yo me muera estaré en el cielo diciendo: “¡Pecadora, jódete!” y señalando con el dedo a mi tía, haciéndole la peineta, que sólo vendrá a verme cuando me haya muerto.

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