Sentada del 18 de marzo de 2010

LOS ESPARRACAOS
Carmen
Yo he conocido muchísima gente maja, pero del que nunca me olvidaré es de Ricardo, un fisio bajito que conocí en la Clínica del Trabajo, que me aconsejaba con mucha prosopopeya :
–Cásate con los de tu equipo, con los cojos y esparracaos.
Estaba divorciado y de ninguna forma estaba amargado por ello. Decía que se lo pasaba muy bien con los enfermos. Era aficionado a la Astronomía y me paseaba por el Sistema Solar y por los satélites de Júpiter como si fuera su casa.
Me confesó un día que tuvo un niño esparracao, pero que se le murió. Y se le notaba al decirlo un halo de tristeza. Decía, no sé por qué, que empezó a tener líos en el matrimonio cuando su mujer empezó a parecerse a él.
Era rubio, siempre con el pelo corto, y nunca se le vio cabreado ni con mala cara. Tenía mucha paciencia conmigo, cuando comenzaba a gritar por el daño que me hacía al intentarme separar los malditos abductores, esos tendones de las piernas que insertan en la pelvis o yo qué sé, cerca del perineo, y que a los de parálisis se nos cierran muchísimo a veces.
Una vez, menos mal que estaba más delgadita, se esforzó tanto subiéndome en volandas para que viese nevar desde la ventana que se le averió el codo. Ricardo, el Esparracao, como yo terminé llamándole, decía que le gustaba que sus pacientes se enamorasen de él, que era lo más eficaz una terapia amorosa para los pacientes. Pero también me decía, y no le faltaba algo de razón, que yo no andaba porque no tenía o no le echaba cojones. El amor y los cojones eran partes fundamentales de su método terapéutico.
Trataba, al tiempo que a mí, a otra chica que se llamaba Sofía Santander. Y decía que entre Soria y Santander estaba dejando su juventud. También asistió al ex de una compañera de aquí, a Ramón Balaguer, que estudió conmigo en APAM. El Esparracao me lo ponía de ejemplo. Decía que Ramón andaba porque se lo había propuesto, que se había propuesto andar por encima de todo, o sea, por cojones.



LO QUE SE DICE MIEDO, POCO
Conchi
A mí me da miedo la muerte de mi madre y quedarme sola. Me muero de miedo sólo de pensar qué será de mí el día de mañana. Por eso que no lo quiero pensar mucho.
Pero algún día sé que tiene que llegar, no somos inmortales los humanos. Si todo el mundo fuera inmortal no habría sitio aquí para meter a todo el mundo. Me parece muy bien que la muerte nos venga a visitar, pero sólo en algunos casos. Si no, esto sería el fin del mundo, una catástrofe.
Y por otro lado pienso que, cuando se muera mi madre, tendré un piso y una chica que me cuide y que me lleve a todos los lados que ella no ha podido llevarme. Creo que cuando esto ocurra yo asumiré mejor la muerte de mi madre, aunque eso nunca se supera. Como cuando se murió mi padre, yo lo he superado pero mi madre yo creo que todavía no. Eso se lleva dentro del alma y yo no sabría qué hacer sola, aunque ya me tendría que echar p’alante. Luego tendría que tener una persona que me llevara a los médicos, una chica que me ayudara con todas las cosas que yo no puedo hacer.
Mi muerte no me preocupa. Se debe de estar muy bien muerto, porque nadie vuelve. Después de todo yo no tengo hijos ni nadie que dependa de mí, la única que lo sentirá será mi madre.
Me revientan las personas que hacen el paripé cuando muere un familiar, esos que vienen llorando “¡Ay, mi hermano, que se ha muerto!”, que no lo sienten de verdad y que sólo se presentan al funeral para guardar las apariencias.
Cuando yo me muera estaré en el cielo diciendo: “¡Pecadora, jódete!” y señalando con el dedo a mi tía, haciéndole la peineta, que sólo vendrá a verme cuando me haya muerto.



OTRAS HISTORIAS DE LA PUTA MILI –I
Lillo
Yo era del remplazo del 59, pero me tocó hacer la mili una quinta atrasada. Por eso me llamaron a filas en el año 1961.
Como sufrí una enfermedad renal, tuve que pasar por el Hospital Gómez Hulla para que me viera un urólogo, que era de lo mejor de España. Se llamaba Enrique Acero, y tenía una consulta privada en la calle Ayala. Aquel médico me miró tan de arriba a abajo que yo me tranquilicé mucho con su reconocimiento. Aunque me dijo que me daba de alta para el servicio militar, me aconsejó que no hiciera muchos esfuerzos.
Pues ya ves, la mili, el mejor lugar para no hacer esfuerzos inútiles. Así fue que me incorporé a mi Regimiento, Argel 27, en Cáceres. Allí me dieron el uniforme, dos. Tenía que coserles los botones. Se los cosí de tal forma que, cuando los entregué, los botones seguían en su sitio, intactos.
Nos mandaron, a los últimos que llegamos, al campamento de Santa Ana. La llegada al campamento fue de risa, pero para los veteranos. Siempre era igual, los veteranos se meaba con los nuevos, encima de ellos, de risa. Y así estuvimos un tiempo. Nos habían puesto en las tiendas mezclados con los veteranos.
El primer día que nos sacaron al campo a hacer instrucción, nos mandaban unos cabos primera que eran unos desgraciados. Nos hicieron andar como si fuéramos animales. Para haber reventado mi riñón.
Un día, dando una clase de teórica, uno de estos cabos me llamó la atención porque no atendía a su explicación de montar el fusil. Yo le contesté que su lección ya la tenía olvidada, lo cual fue mi perdición. El muy cabrón me tuvo un mes haciendo la tercera guardia.
Hasta que nos trasladamos a Wad-Ras, en Campamento, Madrid, y allí empecé el servicio militar propiamente. Con la suerte de que venía con nosotros el mismo cabo primera desgraciado, al que había recomendado en su momento que se cambiase de acera si me veía por la calle cuando me licenciase, por lo de las guardias, o de lo contrario, que nos íbamos a ver más que las caras. Porque es lo que tiene la puta mili, que eres nuevo hasta que dejas de serlo.

2 comentarios:

Nubes-y-claros dijo...

HOLA ADREDISTAS: ¿Donde estan las bases para el concurso literario?tenia entendido que habia un concurso...
__Un abrazo

...ADREDISTAS dijo...

Hola NyC...

ya están las bases del Concurso en la pestaña "I Concurso de MicroCuentos" del menú principal...

un abrazo