La diversidad

Carmen
Se puede vivir sin enseñar los dientes, aunque no muy bien. Yo soy una persona que no muerdo, casi nunca enseño los dientes. Y así me va. Me lo callo todo, salvo cuando me enfado con Gabriel, el Haevy Metal, y le digo que me deje en paz, le grito un poco y así me descargo y le pongo nervioso a él. Es mi forma de protestar.
Nunca enseñé los dientes y he ido tirando. Pero el otro día una cuidata, por otro lado bastante eficiente y maja, Feli, me puso de los nervios. Y como siempre, yo lo disimulé como pude. Me di toda la prisa que pude en colgar mi ropa y en ponerme el camisón y todo lo que pude. Pero resulta que Pilar, mi vecina, me llamó para que la ayudase con la puerta, que no podía abrir, y yo la ayudo.
–Ponte el camisón –me dice la cuidata, que me ve en el pasillo.
–Ya me lo puse –contesté yo.
–No te lo has puesto, no te has puesto nada.
Me lavo los dientes a toda pastilla y ella comenta todavía, mientras me acuesta, que yo hago muchos favores, que si he estado perdiendo el tiempo con fulana y mengana.
Lo de menos es que te hayas puesto el camisón o no, lo importante es que los cuidatas siempre tienen que quedar por encima.
Es cuando Cesar, mi vecino, se disparó y comenzó a renegar de su condición de cojitranco.
–Cinco minutos por cada residente –me oyó decirle a la cuidata que tanta prisa me metía.
–Calla hija –gritó él–, te pasaste cinco pueblos.
–Uno, y raspado, y aún la sobró algo –acabo gratando yo al vecino, cuando la cuidata se ha ido.
Pero termino por llamarlo al móvil, para decirle:
–¿La diversidad, un complemento de la sociedad?
–¡Y una mierda! –contesta mi amigo al teléfono, pero gritando todavía.
–¿La diversidad, un enriquecimiento y un aporte social? –insisto yo. –Qué bonitas las palabras, ¡Y una mierda! –repite él.
Yo sé que mucha culpa de mis problemas con los cuidatas la tiene mi gordo culo y el hecho de no ser independiente. Pero el caso es que cada vez reniego más de mi condición de toro sentado.

No hay comentarios: