Sentada del 25 de marzo de 2010

OTRAS HISTORIAS DE LA PUTA MILI –II
Lillo
En la puta mili, las historias muy malas abundan más que las bonitas.
Recuerdo que en el campamento Santa Ana, los de mi regimiento estábamos en tiendas de ocho personas. En mi tienda fue a caer uno que le había dado una enfermedad del pensamiento. No se acordaba de nada. Su nombre sí que lo recordaba, Aparicio.
–Me llamo Aparicio –repetía sin venir a cuento.
Una de las cosas que había olvidado era que en España se hacía la mili a los 21. El ejército se encargó de recordárselo, y lo convocó a los 28, que fue cuando lo encontró apto y cuando coincidió con nosotros.
MellamoAparicio era el saco de las hostias. Todas las bromas se las hacíamos a él, que el ejército enseña a sobrevivir, pero no a ser solidario. El respeto a la diversidad no es una virtud que se practique en el entorno castrense. Una vez, con la broma más inocente, en la cama le habíamos hecho la “petaca”, o sea, la cama china, MellamoAparicio se puso histérico. Claro que no podía meterse entre las sábanas, pero a saber lo que pensó. El pobre de Aparicio salió gritando a llamar a los oficiales, aterrado.
En la tienda nos estábamos muriendo de la risa. Hasta que nos castigaron a todos en posición de “firmes” al pie de la litera lo que duró la noche.
En la siguiente marcha del regimiento con el equipo a cuestas, MellamoAparicio no sabía por qué se le dificultaba tanto subir cada loma. Por chivarse a los oficiales con lo de la petaca, los compañeros le habíamos llenado con piedras el macuto. El pobre recluta sudaba y resoplaba. Como si no hubiera sido suficiente el susto de la noche de marras.
Cuando pasaba la ronda del cabo de guardia, MellamoAparicio comenzaba a soñar, casi todas las noches, si no todas, que se ahogaba. Hasta que se despertaba sobresaltado, con los pulmones encharcados con el agua que le introducíamos los compañeros por las narices.
Con estas muestras de camaradería en el recuerdo, MellamoAparicio se licenció por fin, con todos los demás desgraciados de su reemplazo. Espero que no nos haya perdonado nunca.



MI CHUTE
Rosa
Mi crucero recorrería el mundo entero. Y yo sacaría mucho provecho de este viaje, muchos conocimientos. Me pasaría las horas en tratos con el mar y haciéndome con su ritmo. Y aprovecharía las escalas para estudiar las orillas. No me importa en qué dirección salir, si este, oeste, norte o sur, lo que me gustaría sería pisar todos los mares del mundo. Ya rectifico, vale, las costas de todos los mares. Tengo corazón de aventurera y me gustaría especialmente navegar por los mares del sur. También me gustaría conocer la luna, por lo menos la luna reflejada en todos los mares. Me gustaría visitar las Baleares, todas sus islas, Ibiza, Menorca, La Conejera, todas. Y visitar las Islas Británicas y todas las islas del Mar del Norte, todas las islas del Mediterráneo, todas las islas del planeta. También me gustaría ir a los polos, sobre todo a la Antártida, y pasar frío una temporada con las focas y los pingüinos. Y me gustaría practicar en Argentina su habla tan peculiar, visitaría La Pampa interminable y la Tierra del Fuego. Una isla es la tierra que más se parece al mar y por eso me gustan las islas, Tenerife, Lanzarote, Fuerteventura, la Gomera... las islas del Atlántico deben de ser como paraísos, Madeira, las Azores, Islandia, con sus géiseres y sus hielos. Adoro las islas. He atravesado el Atlántico y por eso sé lo que es navegar. El mar es un camino de estelas, un camino que se hace en cada viaje, un camino hacia todas las orillas y hacia todos los milagros.



LA DIVERSIDAD
Carmen
Se puede vivir sin enseñar los dientes, aunque no muy bien. Yo soy una persona que no muerdo, casi nunca enseño los dientes. Y así me va. Me lo callo todo, salvo cuando me enfado con Gabriel, el Haevy Metal, y le digo que me deje en paz, le grito un poco y así me descargo y le pongo nervioso a él. Es mi forma de protestar.
Nunca enseñé los dientes y he ido tirando. Pero el otro día una cuidata, por otro lado bastante eficiente y maja, Feli, me puso de los nervios. Y como siempre, yo lo disimulé como pude. Me di toda la prisa que pude en colgar mi ropa y en ponerme el camisón y todo lo que pude. Pero resulta que Pilar, mi vecina, me llamó para que la ayudase con la puerta, que no podía abrir, y yo la ayudo.
–Ponte el camisón –me dice la cuidata, que me ve en el pasillo.
–Ya me lo puse –contesté yo.
–No te lo has puesto, no te has puesto nada.
Me lavo los dientes a toda pastilla y ella comenta todavía, mientras me acuesta, que yo hago muchos favores, que si he estado perdiendo el tiempo con fulana y mengana.
Lo de menos es que te hayas puesto el camisón o no, lo importante es que los cuidatas siempre tienen que quedar por encima.
Es cuando Cesar, mi vecino, se disparó y comenzó a renegar de su condición de cojitranco.
–Cinco minutos por cada residente –me oyó decirle a la cuidata que tanta prisa me metía.
–Calla hija –gritó él–, te pasaste cinco pueblos.
–Uno, y raspado, y aún la sobró algo –acabo gratando yo al vecino, cuando la cuidata se ha ido.
Pero termino por llamarlo al móvil, para decirle:
–¿La diversidad, un complemento de la sociedad?
–¡Y una mierda! –contesta mi amigo al teléfono, pero gritando todavía.
–¿La diversidad, un enriquecimiento y un aporte social? –insisto yo. –Qué bonitas las palabras, ¡Y una mierda! –repite él.
Yo sé que mucha culpa de mis problemas con los cuidatas la tiene mi gordo culo y el hecho de no ser independiente. Pero el caso es que cada vez reniego más de mi condición de toro sentado.

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