Domingo en el rastro

Laura y adredista 1
Vivía en Estrecho y tenía ganas de conocer el Rastro. Aquel domingo por la mañana no hacía sol, pero sí buena temperatura. Bajando las escaleras del metro en mi barrio, un río de gente desconocida, que no sabes de dónde sale, me acompañaba. Los que subían por las escaleras eran pocos y llevaban menos prisas que los que bajábamos, ellos parecían tranquilos, nosotros, acelerados. Tuve que esperar en una cola interminable para sacar mi billete. La taquillera, una mujer mayor de cara estirada y finita, estaba nerviosa, sólo miraba los tiques y las monedas, pero no veía a las personas. Después de media hora y el transbordo, llego a mi destino.
Nada más salir a la calle esperaba encontrarme con gente, pero nunca con tanta como allí había. Sentí angustia y recelo, perdida y sola en medio de la multitud. Como no sabía por donde tirar, decidí dejarme llevar por la corriente.
Me topé con un tenderete donde se vendían pájaros, los miré y como no me interesaban pasé al siguiente puesto. Un señor de mediana edad con un viejo sombrero de paja en la cabeza gritaba con voz potente: “Barato, barato, vendo barato, el rey del barato, chalecos de piel de oveja”, y aunque parezca mentira, terminaba con voz más fuerte: “Y regalo de premio, al que se lleve dos piezas, media docena de calcetines de pura lana virgen”.
De repente un tumulto de gente me lleva en volandas al otro lado de la calle. Allí una mujer morena y regordeta vendía bobinas de hilo y agujas de todo tipo y tamaño. A su lado, un joven engañaba a los pardillos con tres cartas de baraja boca abajo y dobladas por la mitad, casi siempre ganaba el tirador de cartas y muy rara vez el apostante. Me dediqué a mirar la cara de asombro de la gente y me olvidé de la curiosidad por descubrir el truco. A mi lado un jovencito quería participar, pero su acompañante, un hombre mayor, probablemente su padre, se lo impedía. En un instante se organizó tal barullo que vino la policía y yo me cagué de miedo. Se me fue el bienestar, se me cortó el rollito, busqué la boca del metro y me fui a mi casa.

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