La crisis

Conchi
Esto era una chica y un chico, Ana y Gerardo, que se conocieron en un pub. Y de ahí fue saliendo una amistad. Salían juntos a todos los lados, incluso en el trabajo tenían los mismos horarios. Cada vez se gustaban más y terminaron comprando a medias un piso del EMSULE, porque querían hacerlo todo bien por si acaso se peleaban y se tiraban los trastos a la cabeza.
Fueron amueblándolo poco a poco en el IKEA, comprándose una lámpara, un tresillo, una mesa, una cama, dos sillas, unas cortinas, unos cuadros, un microondas, un lavavajillas, una batidora...
La relación se fue enfriando y cada vez estaban más serios y más calculadores. Cada uno se hacía la comida cuando llegaba a casa y no dialogaban para nada. Ni siquiera en la cama, cuando tenían que hacer el amor.
La vida se les volvió rutinaria: todos los días lo mismo. Y ya la pareja se iba desanimando y Gerardo empezó a beber. Cada vez se emborrachaba más a menudo y, así, se fue deteriorando la relación cada vez más, hasta que un día Ana le dijo:
–Gerardo, ¿por qué no vas a Alcohólicos Anónimos?
–¿Por qué no te vas tú a la mierda, tía, de una vez y me dejas vivir tranquilo? –gritó Gerardo enérgicamente, harto ya de las críticas de Ana– Y yo hago mi vida y tú la tuya.
–Lárgate tú donde te dé la gana, a casa de tu mamaíta o a donde te salga de los cojones.
Ana estaba echa polvo, ya no sabía qué hacer o qué decir para que las cosas volvieran a ser como antes.
–Pues no me voy a ir porque la casa es mía. Tanto derecho tengo yo como tú a la casa, porque la pagamos a medias, ¿recuerdas? Y hago en ella lo que me da la gana.
Entonces Gerardo cogió uno de los búhos de la colección de Ana y lo estampó contra la pared, haciéndolo pedazos.
–Y ahora te jodes –dijo.
Ana cogió la botella de JB de la que estaba bebiendo Gerardo y la vació entera en la pila.
–Y ahora te jodes tú, tío. Aunque yo creo que te hice un favor.

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