Emocionante, la vida

Laura
No tengo miedo a hablar en público. Me caí de lado un día desde la silla de ruedas y vinieron algunos hombres a levantarme. Con la silla eléctrica no me he caído nunca. Nunca he pensado a qué tengo miedo, es más, nunca he tenido miedo. En el accidente de coche que tuve (oh, qué lejos queda ya) fue todo tan rápido que no me enteré de nada. Me gustaría tener miedo a algo, pero no es así. No tengo miedo a la soledad. Ahora, pensando... Tengo miedo al dolor que pueda sufrir por mi esclerosis y mis neuralgias del trigémino. Me asusta el dolor que pueda tener, me asusta no poder soportarlo. Ignoro lo que me pueda suceder con los dolores que estoy teniendo en la actualidad. Antes, me gustaba correr. No tuve miedo a volver a conducir otro coche. Por eso compré un ford fiesta, que era más grande que el seat 127 y de mayor potencia, aunque más estable. Duermo como un tronco y sin pastillas, sólo las de herbolario. Cuando alguien se mete conmigo no me produce miedo, sino pena (esto no lo escribas, compañero, por si alguien se da por aludido y se siente mal). A veces me asusto cuando un perro viene por detrás de la silla y yo no lo espero y me ladra. Pero no temo a los perros, me gustan los animales aunque no me meto con ellos. Nunca me dio miedo la sangre: yo era la encargada de darle las pinzas y el material que necesitaba al cirujano para “clampar” la hemorragia. Parece que el miedo se me ha concentrado en las cosas de mi enfermedad, se ha concentrado en ello y me ha desaparecido de otras circunstancias cualquiera.

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