Más allá no hay infierno

Adredista 1
Conocí a Felipe, era uno de tantos que se quedan en la cuneta a vivir. Compartí con él la palabra y poco más. Pedía en la puerta de la iglesia o del mercado, según los días. Pedía sin pedir, sólo alargaba con timidez la mano izquierda semiabierta hasta que recogía lo suficiente. Solía compartir su pobreza con los indigentes que llegaban desorientados. Fue un torero frustrado en mi tierra, o mejor, un maletilla; de ello daban fe los pases al aire que su pequeña figura dibujaba los días de euforia. Nos hicimos amigos.
Una noche lluviosa de invierno su compañero de fatigas vino preguntando por mí. Con palabras casi imposibles por culpa de la borrachera me dijo que Felipe había muerto, que ya estaba enterrado y que, antes de morir, le había dejado, para hacérmelos llegar, 10 € de las últimas limosnas para que me comprara una botella de buen vino. Sé que llegué tarde, lloré de emoción y me curé de la nostalgia viendo a Felipe dibujando una larga torera en los atardeceres de cielo.

Extraños caminos me llevaron al taller de los adredistas hace dos años. “Jaula de Oro”, el libro de Alfonso Gálvez, cayó en mis manos, lo leí de una sentada, y mi primera impresión fue que, por culpa de la ataxia, lo había escrito con sus tripas y con las manos de Andrés.
Meses antes, había conocido a Alfonso mientras paseaba sus cabreos en la silla de ruedas manual. Él quería una silla eléctrica para llevarse el mundo por delante, como siempre había hecho, y no se lo permitían. Me dediqué a escucharle y a leerle, o lo que es lo mismo, a admirarle. El día de la presentación de su libro Alfonso estaba elegante, solemne, se podría confundir con una majestuosa estatua griega, si no fuera porque su alegría se dibujada intermitente en su boca sonriente, feliz.
El viernes pasado se liberó. El sábado 10 julio, desde el tanatorio de Parla hasta el coche fúnebre, un infinito camino de cinco metros a manos de dos oficiales funebreros me estremeció. Dudaron si meterle con los pies o con la cabeza por delante. No quise romper la magia sagrada del momento, pero mi pensamiento era decirles “con la cabeza por delante como hacen con los grandes hombres”. Se lo llevaron rumbo a Orihuela, dicen. Pero no es verdad. Ya estaba montado en su silla eléctrica, soñada tantas veces, y atropellando a un coro infinito de angelillos que llevaban en sus hombros de plumas al amigo Felipe. Y Fonso se reía... y reía.. y reía...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola adredistas:

Deciros que me gusta mucho esta pagina, suelo entrar muy a menudo, pero como sois tan activos se me paso este escrito hace unos dias ,me leí el libro, Jaula de oro, tan crudo y real, describía toda su vida que me tuvo enganchada no podía dejar de leer, le estoy encontrando un placer a esto de los micro relatos y estos escritos tan sencillos, claros, y reales y ahora leo esta noticia, que esta dándole al jostik de su silla eléctrica a tutti pleni, por el más allá, solo espero, aquello no sea tan duro, como esto del mas acá…

Un abrazo fraternal a todos los adredistas

...ADREDISTAS dijo...

El abrazo fraternal a todos los adredistas y tu comentario me empujan a darte las gracias con cierto atrevimiento. Me alegra saber que alguien más que yo se ha leído de un tirón el libro JAULA DE ORO, aunque supongo que en esta lista de alegres sufridores somos muchos más que dos.
Alfonso me quedó un interrogante ¿por qué seguiría queriendo a su padre?
La misma pregunta me plantean a menudo los que dicen creer en un Dios bueno, incluso le llaman "padre" y sin pudor alguno ponen a su mano izquierda un infierno infinito con infinitos castigos y con infinitos demonios. Me viene al pelo una frase de Mario Benedetti "Yo no sé si dios existe, pero si existe, sé que no le va a molestar mi duda."
Podríamos parafrasearle, pero si existe y es bueno, no puede inventarse un infierno tan malo. Entonces ¿Quién inventó el infierno? La respuesta es fácil, los mismos que ahora lo defienden = los jerarcas. Ellos saben que los súbditos con miedo son manejables, que son muchos los esclavos agradecidos a su señor. Por tanto, querida anónima, no dudes en subirte a la silla eléctrica de tu vida y darle al joystick a tutti plen, porque en la otra vida, si hay Dios, no puede haber infierno.
Adredista 1