Amor sobre ruedas

Fonso
Sonriente me ofreció su ayuda. Yo sólo necesitaba un champú, pero no paré de pedirle productos para mi higiene personal, hasta que me dijo que la perdonará pero que tenía que atender a una llamada de su jefe.
Cuando iba por la mitad del pasillo se dio la vuelta, y para mi sorpresa me ofreció otra sonrisa -esta vez nada profesional- que me produjo un extraño cosquilleo en la boca del estomago.
Excuso decir que volví al día siguiente y al otro y al otro, hasta el punto de atreverme a decirle por fin que -si no le parecía mal- me gustaría esperarla una tarde a la salida del trabajo. Para mi sorpresa, me dijo que no sólo no le importaba, sino que lo haría con mucho agrado.
Y como prueba de que no le afectaba ni mucho ni poco el tema de mi silla, me fue presentando a sus compañeros de trabajo, mientras yo hacía lo mismo con la gente de la residencia que me tropezaba por ParqueSur.
El idilio duró hasta que recibió una llamada de su padre desde Lugo, me dijo, diciéndole que su madre se había roto una pierna y que él con el lumbago y la artrosis no se sentía con fuerzas para cuidarla.
Desde entonces me ha llamado varias veces por teléfono para decirme que lo nuestro es mejor dejarlo, porque la pierna de la una y los achaques del otro van para rato.
Cuando por fin se hizo el silencio entre nosotros he preguntado por los padres de Nuria a sus compañeras, y me han dicho que padres no tiene, porque era huérfana de los dos, y que trabajo en la empresa, tampoco, porque se le acabó el contrato, y que lo de Galicia, menos, porque es de Córdoba.
El disgusto me afectó por partida triple. Por las veces que me quedé sin cenar por esperarla, por las preguntitas de los compañeros de la residencia, que se interesan de cómo me va con mi novia, y por la cantidad de productos de aseo que me abarrotan el armario, que lo tendré que repartir antes de que se pasen de fecha.

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