El amigo Miguel

Fonso
Mi amigo Miguel había caído por la pendiente sin retorno del consumo de heroína. La droga, según me decía, le producía un gran placer, porque le hacía vivir en un mundo maravilloso rodeado de luces de colores, en el que todo era más fácil y donde se sentía un superhombre.
Eso fue en los primeros momentos. Porque poco a poco las luces de colores se le fueron juntando para formar figuras terroríficas, que le despertaban gritando durante noches terribles y sudorosas en las que no podía conciliar el sueño.
En poco tiempo la droga se había apoderado de su conciencia, de manera que de ser un chico risueño y saludable pasó a ser a un tipo huraño y asustadizo, del que no te podías fiar y que tenía desesperados a sus padres, que ya no sabían qué hacer con él.
Para mantener su vicio necesitaba dinero, y para disponer de dinero tenía que robar y por robar se pasaba temporadas en la cárcel.
Una vez le vi inyectándose en la vena junto a una parada del autobús a la vista de la gente. Ponía tanta alma en lo que estaba haciendo que no me vio cuando me senté a su lado.
–Miguel, ¿por qué haces esto?
Y con la cara tan chupada que tenía y los ojos brillantes por la droga me contestó:
–Alfonso, lo hago para ver la luz.
Esa fue la última vez que hablamos.
Espero que haya visto la luz.

No hay comentarios: