Sentada del 7 de octubre de 2010



IN MEMORIAM
En nuestro blog ya hemos ofrecido pinceladas de quién era Alfonso Gálvez Sánchez. Y digo era porque, ¡por fin! y después de haber soñado con volver durante muchos años, en la mañana del diez de julio y despedido por sus amigos del taller de escritura del CAMF, se fue –no a caballo, como le hubiera gustado, si no en un coche fúnebre– a vivir para siempre a su Orihuela eterna.
Es nuestra intención, en homenaje a su memoria y como prueba de agradecimiento por lo mucho que nos ha enseñado en el difícil arte de darle más consistencia a nuestra vida, ir ofreciendo durante este curso que empieza algunas pistas de cómo era, o al menos de cómo nosotros pensamos que era, Alfonso Gálvez por dentro.
Como material de trabajo tengo en mi ordenador docenas de relatos y en mi corazón cientos de recuerdos que os iremos contando como Dios nos dé a entender y como mi memoria me los acerque a las puntas de los dedos.
De momento os puedo asegurar que Alfonso nunca –a pesar de haberse enfrentado muchas veces con la muerte cara a cara– tiró la toalla. Y si digo que se enfrentó con la muerte debo afirmar, porque lo he tratado muy de cerca, que también y sobre todo le plantó cara a la vida…
Y es de su vida, de su manera de ser y su forma de pensar y actuar, de lo que queremos hablar en el blog. Eso sí, de puntillas y con el profundo respeto que nos inspira su memoria.
Adredista 2


AMOR SOBRE RUEDAS
Fonso
Sonriente me ofreció su ayuda. Yo sólo necesitaba un champú, pero no paré de pedirle productos para mi higiene personal, hasta que me dijo que la perdonará pero que tenía que atender a una llamada de su jefe.
Cuando iba por la mitad del pasillo se dio la vuelta, y para mi sorpresa me ofreció otra sonrisa -esta vez nada profesional- que me produjo un extraño cosquilleo en la boca del estomago.
Excuso decir que volví al día siguiente y al otro y al otro, hasta el punto de atreverme a decirle por fin que -si no le parecía mal- me gustaría esperarla una tarde a la salida del trabajo. Para mi sorpresa, me dijo que no sólo no le importaba, sino que lo haría con mucho agrado.
Y como prueba de que no le afectaba ni mucho ni poco el tema de mi silla, me fue presentando a sus compañeros de trabajo, mientras yo hacía lo mismo con la gente de la residencia que me tropezaba por ParqueSur.
El idilio duró hasta que recibió una llamada de su padre desde Lugo, me dijo, diciéndole que su madre se había roto una pierna y que él con el lumbago y la artrosis no se sentía con fuerzas para cuidarla.
Desde entonces me ha llamado varias veces por teléfono para decirme que lo nuestro es mejor dejarlo, porque la pierna de la una y los achaques del otro van para rato.
Cuando por fin se hizo el silencio entre nosotros he preguntado por los padres de Nuria a sus compañeras, y me han dicho que padres no tiene, porque era huérfana de los dos, y que trabajo en la empresa, tampoco, porque se le acabó el contrato, y que lo de Galicia, menos, porque es de Córdoba.
El disgusto me afectó por partida triple. Por las veces que me quedé sin cenar por esperarla, por las preguntitas de los compañeros de la residencia, que se interesan de cómo me va con mi novia, y por la cantidad de productos de aseo que me abarrotan el armario, que lo tendré que repartir antes de que se pasen de fecha.

EL AMIGO MIGUEL
Fonso
Mi amigo Miguel había caído por la pendiente sin retorno del consumo de heroína. La droga, según me decía, le producía un gran placer, porque le hacía vivir en un mundo maravilloso rodeado de luces de colores, en el que todo era más fácil y donde se sentía un superhombre.
Eso fue en los primeros momentos. Porque poco a poco las luces de colores se le fueron juntando para formar figuras terroríficas, que le despertaban gritando durante noches terribles y sudorosas en las que no podía conciliar el sueño.
En poco tiempo la droga se había apoderado de su conciencia, de manera que de ser un chico risueño y saludable pasó a ser a un tipo huraño y asustadizo, del que no te podías fiar y que tenía desesperados a sus padres, que ya no sabían qué hacer con él.
Para mantener su vicio necesitaba dinero, y para disponer de dinero tenía que robar y por robar se pasaba temporadas en la cárcel.
Una vez le vi inyectándose en la vena junto a una parada del autobús a la vista de la gente. Ponía tanta alma en lo que estaba haciendo que no me vio cuando me senté a su lado.
–Miguel, ¿por qué haces esto?
Y con la cara tan chupada que tenía y los ojos brillantes por la droga me contestó:
–Alfonso, lo hago para ver la luz.
Esa fue la última vez que hablamos.
Espero que haya visto la luz.


PASA EL TIEMPO
Fonso
Es muy duro aceptar que los años te van deteriorando. Yo no hace mucho que tenía treinta años y me encontraba mucho mejor físicamente.
Con los años he ido perdiendo vista, cosa que me resulta muy difícil de aceptar porque me impide practicar las dos cosas que más me gustan en la vida: leer libros religiosos o de aventuras y escribir de todas las cosas que me vienen a la cabeza.
Algunos dicen que les gusta vivir a tope todas las horas del día y otros se limitan a dejar pasar el tiempo sin preocuparse demasiado por las cosas. Yo pienso que sería maravilloso compartir con tus familiares y amigos todas las cosas buenas y malas que la vida te va presentando.
El pasar de los años es la señal más evidente de que la vejez está llamando a tu puerta. Esto es algo que a mucha gente les asusta, porque no les gusta mirarse al espejo y ver envejecido el bonito rostro que tenían hace unos años, observarse la cara con las primeras arrugas.
Yo pienso que el tiempo es como es y que todo consiste en plantarle cara de la mejor manera posible.
Al menos eso es lo que intento cada día cuando abro los ojos en mi cama de la planta segunda del CAMF de Leganés. Y sé que me moriré más joven que vosotros.

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