Pescador con suerte

Fonso
Juan era un hombre de edad avanzada y con el pelo canoso, al que le gustaba mucho la pesca.
Un día fue al río y tuvo la suerte de cara. Pescó seis truchas, lo justo para que su mujer, Azucena, se decidiera por fin a hacer un buen escabeche.
De vuelta a casa, venía por el camino del cementerio, se encontró con su vecina, la señora Mercedes, que lloraba como una magdalena ante la tumba de su esposo Aniceto, al que habían enterrado hacía poco.
Acercándose a la viuda, trató de consolarla, recordándola que el destino de cada uno es la muerte y que Aniceto estaba con Dios porque era un hombre muy bueno, muy honrado y muy cumplidor –y Juan repitió cumplidor un par de veces– y que por mucho que le llorara no le iba a devolver a la vida.
La señora Mercedes, muy agradecida, secándose las lágrimas con un pañuelo, y sin al parecer percatarse de que venía recalcada la palabra cumplidor, le contesto:
–Dios quiera que vivas mucho años en compañía de tu mujer y de tus hijos y que sigáis siendo tan felices como hasta ahora.
Al llegar a casa Juan estaba muy serio. Al verlo su mujer así, y ello a pesar de la buena pesca, le preguntó qué cosa era lo que le preocupaba.
A lo que Juan, levantando los ojos de la lumbre, donde su mujer ya se disponía a preparar las truchas, contestó:
–Pues nada, que acabo de tropezarme con la Mercedes y no me ha dicho nada de las treinta mil pesetas que me debía el Aniceto, por más que le he tirado de la lengua.

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